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Alchemical material in SpanishThese translations of various alchemical pieces into Spanish have been donated by Santiago Jubany, who publishes various alchemical and related books under the name Ediciones Indigo.Back to alchemical texts in Spanish . Back to reference library . LOS SIETE CAP�TULOS Hermes CAPITULO I Esto es lo que dice Hermes: Durante el tiempo que he vivido no he cesado de realizar experiencias y siempre he trabajado, sin cansarme. No poseo �ste arte y �sta ciencia sino por la �nica inspiraci�n de Dios; El es quien la ha querido revelar a su servidor, El es quien ha dado el medio para conocer la verdad a quienes saben usar de su raz�n y El jam�s ha sido la causa de que alguien haya seguido el error o la mentira. Por mi parte, y si no temiera el d�a del Juicio y la posibilidad de ser castigado por haber ocultado �sta ciencia, no hubiera dicho nada y nada habr�a escrito para ense�arla a quienes habr�n de venir despu�s de m�, pero he querido dar a los fieles aquello que les debo, y ense�arles lo que el Autor de la fidelidad me ha querido revelar. Escuchad pues, hijos de los sabios fil�sofos, nuestros predecesores, pero no de un modo corporal o desconsiderado, la ciencia de los cuatro elementos que son pasibles y que pueden ser alterados y cambiados por sus formas y que est�n escondidos junto a su acci�n; porque su acci�n est� escondida en nuestro elixir, y �ste no podr�a actuar si no estuviera compuesto de la muy exacta uni�n de �stos elementos, y no ser� perfecto hasta que no haya pasado por todos sus colores, de los que cada uno denota el dominio de un elemento particular. Sabed, hijos de los Sabios, que hay una divisi�n en el agua de los antiguos fil�sofos, que la divide en otras cuatro cosas. Una es de dos, y tres son de una, y al color de �stas cosas, es decir, al humor que coagula, pertenece la tercera parte, y las otras dos terceras partes son para el agua: Estos son los pesos de los Fil�sofos. Tomad una onza y media del humor, y la cuarta parte de la rojez meridional, o del Alma del Sol, que ser� de una media onza, y tomad la mitad de Oropimente, que son ocho, es decir, tres onzas. Y sabed que la vi�a de los Sabios se extrae en tres y que su vino es perfecto al terminar las treinta. Concebid como se hace la operaci�n: La cocci�n lo disminuye en cantidad y la tintura lo aumenta en calidad; porque la Luna comienza a decrecer despu�s del decimoquinto d�a y crece al tercero. Esto ser�, por tanto, el principio y el fin. He aqu� que os acabo de declarar lo que estaba escondido, pues la obra est� con vosotros y en vosotros, de modo que si la encontr�is en vosotros mismos, donde est� continuamente, tambi�n la tendr�is siempre y en cualquier parte en que os encontr�is, sea en la tierra o en el mar. Por lo tanto, guardad la plata viva que se produce en los lugares o gabinetes interiores, es decir, en los principios de los metales compuestos de ella, donde est� coagulada, pues �sta es la plata viva que se llama tierra que Permanece. Aquel que no entienda mis palabras, que demande inteligencia a Dios, que de ning�n malvado justifica las obras, m�s no rehusa a ning�n hombre de bien la recompensa que le es debida. Pues yo he descubierto todo lo oculto de �sta ciencia, he revelado un gran secreto y he explicado toda la ciencia a quienes sepan entenderla. As� pues, vosotros, investigadores de la ciencia, y vosotros, hijos de la Sabidur�a, sabed que, cuando el buitre est� en la monta�a, grita en voz alta: � yo soy el blanco del negro, y el rojo del blanco, y el anaranjado del rojo! Ciertamente, digo la verdad. Sabed tambi�n que el cuervo que vuela sin alas en la negrura de la noche y en la claridad del d�a, es la cabeza o comienzo del arte. El color lo toma de la amargura que est� en su garganta, y la tintura sale de su cuerpo, y de su espalda se extrae un agua verdadera y pura. Por tanto, comprended lo que digo y de �ste modo recibid el don de Dios que yo os comunico, pero ocultadlo a todos los imprudentes. Es una piedra honorable que est� encerrada en las cavernas o profundidades de los metales; su color la hace brillante; es un alma, o un esp�ritu sublime, y un mar abierto. Yo os la he declarado: dad gracias a Dios porque os ha ense�ado �sta ciencia, pues El ama a quienes aprecian sus dones. Por tanto poned esta piedra, es decir, su materia, en un fuego h�medo, y cocedla. Este fuego aumentar� el calor de la humedad y matar� la sequedad de la incombusti�n, hasta que aparezca la ra�z, es decir, hasta que el cuerpo sea resuelto en su mercurio. Despu�s de esto, haced surgir la rojez de la materia, y su parte ligera, y continuad haci�ndolo hasta que no quede m�s que una tercera parte. Hijos de los Sabios, si se ha llamado envidiosos a los Fil�sofos no es porque hayan querido, jam�s, ocultar nada a las gentes de bien ni a quienes viven piadosamente, ni a los leg�timos y verdaderos hijos de la ciencia, ni a los sabios, si se les ha llamado as� es porque la esconden a los ignorantes, es decir, a quienes no saben lo suficiente como para conocerla, a los viciosos y a quienes viven sin ley ni caridad, por temor de que, por �ste medio, los malvados se pudieran volver poderosos y cometieran toda clase de cr�menes, de los que, ante Dios, ser�an responsables los Fil�sofos pues todos los malvados son indignos de poseer la Sabidur�a. Sabed que a �sta piedra yo la llamo por su nombre: si los fil�sofos la llaman Mujer de la Magnesia, o Gallina, o Saliva Blanca, o Leche de las Cosas Vol�tiles, y Ceniza Incombustible, es con el fin de esconderla a los impru- dentes, que no tienen ni sentido, ni ley, ni humanidad. Pero yo la he denominado con un nombre muy conocido al llamarla Piedra de los Sabios. Conservad el mar, el fuego y el vol�til del cielo en esta piedra, hasta su aparici�n. Y os conjuro a todos, �oh, hijos de los Fil�sofos! en nombre de nuestro Bienhechor, a fin de que se os haga una gracia tan singular como es la de no declarar jam�s el nombre de �sta piedra a ning�n loco, a ning�n ignorante, ni a nadie que sea indigno de tal cosa. Por lo que a mi concierne, puedo decir que nadie me ha dado nada sin que yo se lo haya devuelto enteramente. Jam�s le he faltado al respeto que le debo y siempre he hablado honrosamente de �l. Hijo m�o, �sta piedra est� envuelta de muchos colores que la esconden, pero s�lo hay uno que indique su nacimiento y entera perfecci�n; sabed cual es ese color y jam�s dig�is nada de �l. Con la ayuda de Dios Todopoderoso, esta piedra os librar� de todas las enfermedades, por graves que sean, os preservar� de toda tristeza y aflicci�n y de todo cuanto os pueda da�ar en cuerpo o en esp�ritu. Adem�s, os conducir� de las tinieblas a la luz, del desierto al hogar y de la necesidad a la abundancia. CAPITULO II Hijo m�o, ante todo te advierto que has de temer a Dios, pues El es quien har� que tu operaci�n resulte y quien unir� cada uno de los elementos separados. Hijo m�o, ya que no te considero privado de raz�n, ni insensato, has de razonar todo lo que se te dir� acerca de nuestra ciencia, recibir mis exhortaciones y meditar sobre las lecciones que yo te impartir�, hasta que las entiendas, como si t� mismo fueras su autor. Del mismo modo que aquello que naturalmente es c�lido no puede volverse fr�o sin ser alterado, as� tambi�n, quien usa bien de su raz�n ha de cerrar la puerta a la ignorancia, por temor de que, al creerse seguro, se equivoque. Hijo m�o, toma el vol�til, sum�rgelo hasta que se eleve y sep�ralo de su herrumbre, que lo mata. Qu�tala y ap�rtala de �l con objeto de que se transforme en viviente, seg�n es tu deseo. Despu�s de esto ya no deber� elevarse en el vaso, sino que deber� retener y fijar visiblemente todo cuanto haya de vol�til. Pues, si lo apartas de una segunda aflicci�n, despu�s de retirarlo de la primera y si durante los d�as, de los que ya sabes el n�mero, lo gobiernas con destreza ser� para ti una compa��a como la que necesitas, y separ�ndolo, ser�s su due�o y �l te servir� de adorno. Hijo m�o, del rayo de luz separar�s la sombra y todo cuanto tenga de impuro, pues sobre �l hay nubes que lo esconden e impiden que brille, a causa de que est� quemado por la presi�n y la rojez. Toma esta rojez que ha sido corrompida por el agua, de igual manera que la ceniza viva contiene el fuego, y si la retiras de modo que la rojez quede limpia y purificada, har�s una uni�n en la que �l se calentar� y reposar�. Hijo m�o, vuelve a poner en el agua, durante los treinta d�as que ya sabes, el carb�n, cuya vida ha sido extinguida. �Oh, obra nuestra, que reposas sobre el futuro de �ste Oropimente que no tiene ninguna humedad! He aqu� que he colmado de alegr�a los corazones de aquellos que esperan en ti, �oh, elixir nuestro! y he alegrado los ojos de los que te estiman, con la esperanza del bien que contienes en ti. Hijo m�o, ten por seguro que el agua est� encerrada, primeramente en el aire, y despu�s en la tierra, por eso la has de hacer subir hacia lo alto a trav�s de sus conductos y transformarla con discreci�n; seguidamente la has de unir a su primer esp�ritu rojo, que previamente ha sido recogido. Hijo m�o, te digo que el unguento de nuestra tierra es un azufre, Oropimente, Goma, Colcotar, que es azufre, Oropimente e, incluso, diversos azufres y cosas parecidas, a cual m�s vil, y entre ellas hay diversidad. De ellas proviene el ung�ento de la Cola, que son pelos, u�as y azufre. De ah� tambi�n viene el Aceite de las Piedras, y el Cerebro, que es el Oropimente. De ah�, a su vez, proviene la U�a de los Gatos, que es Goma, y el unguento de los Blancos, y el unguento de las dos Platas vivas Orientales, que persiguen los azufres y contienen los cuerpos. Adem�s digo que el azufre ti�e y fija, y que est� contenido y encerrado, y que se produce por la uni�n de las tinturas. Y los ung�entos ti�en y fijan lo que est� contenido en los cuerpos, y por �ste �nico medio se realiza la uni�n de las cosas vol�tiles con los azufres aluminosos, que retienen y fijan todo cuanto hay de vol�til. Hijo m�o, la disposici�n que buscan los Fil�sofos es particular de nuestro Huevo, y no se encuentra en el huevo de gallina; sin embargo hay alg�n parecido entre nuestra divina obra, que es la obra de la Sabidur�a, y el huevo de la gallina, debido a que en una y en otro los elementos est�n unidos y puestos en orden. Sabe pues, hijo m�o, que de �ste parecido y de �sta proximidad de naturaleza se puede sacar una gran ense�anza para el conocimiento de nuestra obra; pues en el huevo de gallina hay una sustancia que representa la materia acuosa de la obra, llamada espiritual o esp�ritu, y hay otra parecida al Oro, que es la tierra de los Fil�sofos; y en estas dos sustancias se nota de modo visible la uni�n y el ensamblaje de los cuatro elementos. El hijo ha preguntado a Hermes: los azufres que convienen a nuestra obra, �son celestes o terrestres? y Hermes ha respondido: los hay celestes y los hay terrestres. El hijo le ha dicho: padre m�o, creo que el Cielo es el coraz�n de las cosas superiores, y que la tierra lo es de las inferiores. A ello, Hermes ha respondido: no dices bien; pues el macho es el cielo de la hembra y la hembra es la tierra del macho. A continuaci�n, el hijo le pregunt�: �cual de los dos es m�s digno de ser el cielo o de ser la tierra? Hermes respondi�: tienen necesidad el uno del otro, porque en todos los preceptos no se pide sino mediocridad, como quien dice: el Sabio gobierna a todos los hombres; pues el mediocre es el mejor, dado que cualquier naturaleza se asocia y mejor se une a lo que le es semejante, y nuestra ciencia, que se llama Sabidur�a, nos hace ver que s�lo se unen las cosas mediocres y templadas. Dijo entonces el hijo: padre m�o, �cual de ellos es mediocre? Y Hermes respondi�: en cada naturaleza hay tres de dos. El agua es necesaria en primer lugar, despu�s el ung�ento o azufre, y las heces o impurezas que permanecen abajo. El Drag�n se encuentra en cada una de estas cosas: las tinieblas son su morada, y la negrura est� en ellas, y por esta negrura asciende al aire, y �ste aire es el cielo, donde �l comienza a aparecer como por su oriente; pero dado que �stas cosas se elevan como un humo y se evaporan no son, por lo tanto, ni permanentes, ni fijas. Haz salir el humo del agua, quita la negrura del ung�ento y expulsa la muerte de las heces y de la impureza; y una vez realizada la disoluci�n por la victoria que las dos materias obtienen una sobre la otra, y uni�ndolas de modo que se mantengan juntas, entonces se tornar�n vivientes. Hijo m�o, has de saber que el ung�ento mediocre, es decir, el fuego, ocupa el medio entre las heces y el agua, porque se las llama ung�ento y azufre, y hay una gran afinidad entre el fuego, el aceite y el azufre, pues del mismo modo que el fuego lanza una llama, as� mismo hace el azufre. Sabe, hijo m�o, que toda la Sabidur�a del mundo est� por debajo de la Sabidur�a que yo poseo, y todo lo que su arte puede hacer consiste en restituir esos elementos ocultos y encerrados, lo cual es una cosa maravillosa. Por tanto, aquel que desee ser iniciado en esta Sabidur�a oculta que poseemos, ha de rehuir el vicio de la arrogancia, ser piadoso, ser hombre de bien, tener un profundo razonamiento y guardar los secretos que le hayan sido descubiertos. Adem�s, te advierto hijo m�o, que nada sabe y nada avanzar�, quien no sepa mortificar, hacer una nueva generaci�n, vivificar los esp�ritus, purificar, introducir la luz hasta que los elementos se combatan, se coloreen y sean limpiados de sus manchas, como son la negrura y las tinieblas. Pero si sabe lo que acabo de decir, ser� elevado a una gran dignidad, hasta el punto que los Reyes sentir�n veneraci�n por �l. Hijo m�o, estamos obligados a guardar �stos secretos y a esconderlos de todos los malvados y de aquellos que no tienen ni la suficiente sabidur�a, ni la discreci�n suficiente como para guardarlos y hacer buen uso de ellos. Adem�s has de saber que nuestra piedra est� hecha de muchas cosas y de muchos colores, que est� hecha y compuesta de cuatro elementos unidos, que hemos de separar �stos elementos, desunirlos y ponerlos aparte, como si fueran distintas piezas. Tambi�n hemos de mortificar en parte la naturaleza o principios que est�n en esta piedra; conservar el agua y el fuego que est�n en ella y que est�n compuestos de los cuatro elementos y retener o fijar sus aguas por su agua, que no es, sin embargo, agua en cuanto a su forma exterior o aparente, sino un fuego que asciende sobre las aguas conteni�ndolas en un vaso que ha de estar entero y sin fisura, para que los esp�ritus no se escapen y no salgan de los cuerpos. Si son retenidos as�, se tornan fijos y tingentes. �Oh, bendita forma o apariencia del agua P�ntica que disuelve los elementos! Y a fin de que, con �sta alma acuosa poseamos la forma sulfurosa, es decir, a fin de que la composici�n, que es parecida al agua, se convierta en tierra o azufre, es preciso que la mezclemos con nuestro Vinagre. Pues, cuando por potencia y virtud del agua, se disuelva el compuesto, tendremos entonces la llave o el medio asegurado de restablecerlo y rehacerlo. Entonces la muerte y la negrura los abandonan y la Sabidur�a, es decir, la obra de la Sabidur�a, empieza a aparecer. Quiero decir que el Artista conocer� con ello que ha conducido bien y sabiamente su operaci�n, y que est� en la verdadera v�a que han seguido los Fil�sofos. CAPITULO III Has de saber, hijo m�o, que los Fil�sofos hacen lazos, o fuertes ligaduras, para combatir contra el fuego, porque los esp�ritus desean estar y se complacen en habitar los cuerpos que han sido lavados. Y cuando los esp�ritus se unen a ellos, �stos esp�ritus los vivifican y en ellos permanecen, y los cuerpos retienen estos esp�ritus sin dejarlos jam�s. Entonces, los elementos que est�n muertos se transforman en vivientes y ti�en los cuerpos compuestos con tales elementos. Se alteran y cambian y hacen obras admirables y permanentes, como dice el Fil�sofo. �Oh, forma acuosa del agua permanente que creas los elementos con los que est� compuesto nuestro Rey y que, con un r�gimen templado, despu�s de adquirir la tintura y uni�ndote a tus hermanos, reposas, porque has llegado a tu fin ! Nuestra piedra muy preciosa, arrojada al estercolero, nos es muy querida aunque considerada en su conjunto sea vil e incluso muy vil; entonces deberemos mortificar y vivificar dos mercurios a la vez, que son el mercurio del Oropimente y el mercurio oriental de la Magnesia. �Oh, que gran obrera es la Naturaleza, que crea los principios naturales y retiene lo que �stos principios tienen de mediocre despu�s de separar de ellos las crudezas y groseras impurezas. Esta Naturaleza ha venido con la luz y ha sido producida con la luz, que ha dado nacimiento a una Nube tenebrosa, y �sta Nube es la madre de toda la obra. Despu�s de haber unido al Rey coronado con nuestra Hija roja, �sta, a trav�s de un r�gimen de fuego templado que no pueda da�ar nada, concebir� un Hijo, que se unir� a ella y permanecer� encima de ella. Ella nutre al Hijo y gracias a �ste peque�o fuego lo torna fijo y permanente, y as�, el Hijo vive de nuestro fuego. Y cuando se deje el fuego sobre la hoja de azufre ser� necesario que el t�rmino de los corazones penetre en �l, que as� sea lavado y que as� la suciedad se aleje de �l. Entonces se transforma, y cuando sea retirado del fuego, su tintura permanecer� roja como la carne viva. Nuestro Hijo, que ha nacido Rey, recibir� su tintura del fuego, tras lo cual la muerte, el mar y las tinieblas lo abandonar�n, porque se transformar� en viviente, se desecar�, se convertir� en polvo y tendr� un brillo vivo y resplandeciente. El Drag�n, que guarda las cavidades, huye de los rayos del Sol. Nuestro Hijo, que estaba muerto, recobrar� la vida. Saldr� del fuego siendo Rey y, en su boda y uni�n, se regocijar�. Lo que estaba oculto y escondido aparecer�, manifiesto y evidente y la Leche de la Virgen ser� blanqueada. El Hijo, despu�s de recibir la tintura, combatir� contra el fuego y poseer� una tintura que ser� la m�s excelente de todas las tinturas, porque tendr� el poder de hacer el bien, comunicando esta tintura a sus hermanos, y poseer� en s� mismo la Filosof�a, porque �l mismo es su fruto y su obra. �Venid, hijos de los Sabios, alegr�monos juntos, manifestemos nuestro gozo con clamores de alegr�a, porque la muerte est� consumada. Nuestro Hijo ya reina, lleva la vestimenta roja y va revestido con su p�rpura ! CAPITULO IV Escuchad, hijos de los Sabios, c�mo grita �sta piedra: �Defendedme y yo os defender�. Dadme lo que me pertenece y yo os ayudar�. Mi Sol y mis rayos est�n en mi interior, y la Luna, que me es propia y particular, es mi luz, que supera a cualquier otra luz, y mis bienes valen m�s que cualquier otro bien. A quienes me conocen yo otorgo la alegr�a, la satisfacci�n, la gloria, las riquezas y los placeres s�lidos; adem�s les doy la perfecta inteligencia de aquello que buscan con tanta solicitud, y les doy, en fin, la posesi�n de las cosas divinas. Escuchad, porque voy a descubriros aquella ciencia que los antiguos Fil�sofos escondieron: es una cosa cuyo nombre est� comprendido en siete letras y que sigue a dos Alfa y Eta. El Sol tambi�n sigue a la Luna y viene despu�s de ella, pero quiere tener el dominio y ser el due�o de la obra; quiere conservar a Marte y te�ir al Hijo del agua Viva, que es J�piter, y �ste es el secreto que escondieron los Fil�sofos. Vosotros que me escuch�is: comprendedme y de ahora en adelante llevemos a la pr�ctica lo que sabemos. Lo que he escrito os lo declaro despu�s de haberlo investigado cuidadosamente y de haberlo meditado muy sutilmente. Conozco cierta cosa que es �nica. Pues �quien comprender� nuestra ciencia? tan solo aquellos que la estudian seriamente, quienes la investigan con gran aplicaci�n empleando toda la fuerza de su esp�ritu y de su raz�n para descubrirla. Ved que de un hombre no puede salir sino un semejante y de un animal nada m�s que otro animal, y si sucede que dos animales de distintas especies se acoplan nacer� uno que no se parecer� ni a uno ni a otro. Y ahora Venus dice: Yo engendro la luz y las tinieblas no son de mi naturaleza, y si no fuera porque mi metal es seco, todos los otros cuerpos tendr�an necesidad de m�. Porque yo los fundo, yo expulso su herrumbre y extraigo su sustancia, por tanto, nada es mejor, ni merece ser m�s honrado que mi Hermano y yo cuando estamos unidos. Pero el Rey, que tiene el dominio de la obra, dice a sus hermanos, que por su transmutaci�n rinden testimonio de �sta verdad: Yo he sido coronado, yo he sido ornado con la Diadema, llevo el manto real y lleno los corazones de alegr�a; cuando me encuentro en los brazos y regazo de mi madre y me uno a su sustancia, retengo y sujeto �sta sustancia, fij�ndola, y con lo que es visible preparo y compongo lo invisible. Entonces, lo que est� oculto y escondido se hace manifiesto y aparece, y todo cuanto ocultaron los fil�sofos de su obra ser� producido y engendrado de un modo evidente por nosotros dos. Comprended bien �stas palabras, vosotros que me escuch�is, conservadlas cuidadosamente en vuestro coraz�n, meditadlas atentamente y no busqu�is otra cosa. �No veis que el hombre, cuyas entra�as son de carne, es engendrado por un principio de la Naturaleza que es de sangre, con el que ha sido hecha la carne? El hombre no pod�a ser hecho de otro modo, ni formado con otra cosa. Meditad lo que acabo de decir y abandonad todo lo superfluo y extra�o. Por eso el Fil�sofo ha dicho: Botri est� hecho del anaranjado que se extrae del n�dulo rojo, no de otra parte, y si pod�is hacerlo anaranjado, ser� un logro de vuestra Sabidur�a y un testimonio de la certidumbre de vuestra ciencia. No dese�is ni pretend�is mas que hacer surgir del rojo �ste color anaranjado. Ved que no me he servido de un juego de palabras y, si me entend�is, ver�is que poco ha faltado para que, sin querer, lo hiciera. Hijos de los Sabios, quemad el cuerpo del Lat�n a fuego fuerte y os entregar� lo que busc�is. Evitad que lo que huye vuele de lo que no huye, y haced que no lo deje ni se separe de �l. Haced de modo que repose y permanezca sobre el fuego, por muy �spero que �ste sea. Y lo que ser� corrompido por el violento calor del fuego, es Cambar. Sabed que el Lat�n es una parte de esta agua permanente, que es su tintura y que aquello que ha producido su negrura se transforma en rojo verdadero. Juro ante Dios que no he dicho sino la verdad, y que aquellas cosas que destruyen son las mismas que perfeccionan. Por eso nada puede ser enmendado o mejorado si previamente no es corrompido, y �sta corrupci�n har� aparecer la mejora y la perfecci�n, y una y otra son una se�al esencial de la verdad del arte. CAPITULO V Hijo m�o: lo que nace del Cuervo es el principio de �ste arte. He aqu� que he oscurecido lo que os he dicho y le he quitado su claridad con un juego de palabras diciendo que lo que est� unido est� separado y lo que est� muy pr�ximo est� muy alejado. Por tanto, asad �stas materias y a continuaci�n cocedlas por espacio de siete, catorce y veinti�n d�as en aquello que proviene del vientre de los caballos. Entonces se hace el Drag�n, que se come sus alas y se mortifica a si mismo. Despu�s de esto lo pondr�is en un pedazo de tela y al fuego del horno, y tened cuidado de que no escape del vaso. Y sabed que los tiempos de la tierra est�n en el agua y que siempre se hace el agua hasta que pon�is la tierra sobre ella. Cuando la tierra est� quemada y reducida a agua, tomad su cerebro y trituradlo con el Vinagre muy Fuerte y la Orina de los Ni�os, hasta que oscurezca. Una vez se ha hecho �sta, vuestro Magisterio vive en la putrefacci�n, las nubes negras que estaban en �l antes de que muriera se transformar�n y convertir�n en su cuerpo y si se rehace seg�n la manera que he descrito, morir� una segunda vez y despu�s recibir� la vida, tal como he dicho. Por lo dem�s, nos servimos de esp�ritus tanto en la vida como en la muerte; pues del mismo modo que muere cuando sus esp�ritus le son retirados se reaviva cuando le son restituidos y se regocija de ello. Si pod�is llegar hasta aqu� os aseguro que tendr�is la satisfacci�n de ver lo que busc�is. Aqu� os digo las se�ales que alegran a quienes las ven y aquello que fija su cuerpo. Y a pesar de que vuestros predecesores hayan llegado con �sta operaci�n a lo que se propon�an hacer, sin embargo est�n muertos. Ya os he mostrado el cumplimiento o el fin de la obra, he abierto el Libro a los que saben y he velado a los dem�s las cosas que a ellos han de estar ocultas y desconocidas; he unido e incorporado entre si aquellas cosas que estaban separadas y que ten�an distintas figuras y he unido los esp�ritus. Recibid �ste don de las manos de Dios. CAPITULO VI Estamos obligados a dar gracias a Dios, que da a todos aquellos que son sabios una ciencia tan admirable que nos libera de la miseria y la pobreza, y de que haya encerrado tantas maravillas en la Piedra de los Sabios. No obstante, aquellos a quienes no hace una gracia tan singular, no tienen menos motivos de agradecimiento por todas las cosas que produce continuamente para su subsistencia y que son otros tantos milagros que realiza incesantemente para todos los hombres. Y si no est�n contentos con todos estos bienes y aspiran a esta ciencia, deben pedir esta gracia a Dios con continuas y fervientes plegarias para obtener su conocimiento durante su vida. Por otra parte, y a fin de que no les induzca a error lo que antes he dicho de los ung�entos que extraemos de las u�as, de los pelos, del moho, del tragacanto y de los huesos, les advierto que esas son las palabras que los antiguos Fil�sofos utilizaron en sus libros en sentido figurado y que no han de tomarse al pie de la letra. Aun nos falta explicar m�s ampliamente la disposici�n o preparaci�n del ung�ento que contiene en si las tinturas, que coagula y fija las cosas vol�tiles y que embellece los azufres [ ... ] Es un ung�ento oculto y velado del que no parece se haya de hacer ninguna preparaci�n y que permanece en su cuerpo como el fuego en los �rboles y en las piedras. Y hay que obtener este ung�ento con una industria muy sutil y con un grande artificio, y cuidar que no se queme [ ... ] Y sabed que el cielo est� unido a la tierra, por lo que es mediocre, porque el agua, que es lo mediocre, tiene una com�n figura con el cielo y con la tierra. El agua es la primera cosa que sale de esta piedra, el oro es la segunda, la tercera es una cosa que es casi oro y mediocre y por lo tanto m�s noble que el agua y que las impurezas. El humo, la negrura y la muerte se encuentran en esas tres cosas. Hay que extraer, por tanto el humo que est� sobre el agua, separar la negrura del ung�ento y expulsar la muerte de las heces. Esto lo haremos por medio de la disoluci�n, y con ello obtendremos una soberana filosof�a y el secreto de todos los secretos. [He dejado en este cap�tulo dos lagunas se�aladas entre corchetes a causa de que en esos lugares falta algo y que la traducci�n de Joli es m�s amplia. Dado que en su comienzo (esa traducci�n) es distinta, a�ado aqu� este cap�tulo entero tal como lo ha traducido �l. N�tese que lo que est� en una letra distinta es lo que no est� en los ejemplares latinos ni, en consecuencia, en la traducci�n que yo he realizado.] traducci�n del CAPITULO VI por Joli Ten�is que dar gracias a Dios, que otorga esta ciencia a todo sabio, que nos libera de toda miseria y pobreza. Agradecedle todos los dones y milagros que ha puesto en esta naturaleza, y rogadle que mientras vivamos vayamos hacia El. Adem�s, hijo m�o, los ung�entos que extraemos de los libros de los autores est�n escritos de u�as, pelos, lat�n verde, tragacanto y huesos. Por otra parte es preciso exponer la disposici�n del ung�ento que coagula las naturalezas fugitivas, que adorna los azufres prefiri�ndolos a cualquier otro ung�ento perfecto. Pues sabemos la esencia de su vaso y lo precioso que es y se llama divino azufre y figura a los otros ung�entos; y es el ung�ento oculto y velado, del que no se ve ninguna disposici�n y habita en su cuerpo como el fuego en los arboles y en las piedras y que se ha de extraer por medio de un arte y un entendimiento sutil, sin ninguna combusti�n. Has de saber, hijo m�o, que aquel que no conoce la diferencia, no conoce bastante bien los dos azufres; no es que los ung�entos que se subliman de las piedras sean azufre, para hacer la tintura, pero los dos, mezclados con sus cuerpos conforman uno que es perfecto. Y conviene saber que reinan dos azufres, pero huyen y conviene separarlos perfectamente bien y retenerlos en su huida. Y sabed que el cielo se une mediocremente con la tierra y lo mediocre se figura con el cielo y con la tierra, y es el agua. Y la primera es agua que sale de �sta piedra, y el segundo, ciertamente, es el oro, y el tercero, la suciedad; y el mediocre es el oro, que es m�s noble que la suciedad. Y en esos tres est� el humo, la negrura y la muerte. Por tanto, hay que expulsar el humo que est� encima del agua, la negrura del ung�ento y de las heces, la muerte, y esto se hace por disoluci�n. Y aqu� tenemos una gran filosof�a y el secreto de los secretos. CAPITULO VII y �ltimo Hijos de los Fil�sofos, hay siete cuerpos o metales, entre los que el oro ostenta el primer rango, porque es el mas perfecto de todos, por eso se le llama Rey y Jefe. La tierra no podr�a corromperlo, las cosas ardientes no lo destruyen, el agua no lo altera ni cambia, porque su complexi�n es templada y est� compuesto a partes iguales de calor, frialdad, sequedad y humedad, y en �l no hay nada superfluo. por eso los Fil�sofos lo han preferido a todos los dem�s, teni�ndolo en gran estima, asegur�ndonos que el oro, por su resplandor es, en relaci�n a los metales, lo que el Sol es entre los astros a causa de su luz, m�s resplandeciente que la de los dem�s. As� como es el Sol quien, por voluntad de Dios, hace nacer y crecer todos los vegetales y quien produce y madura todos los frutos de la tierra: el oro tambi�n contiene a todos los metales en perfecci�n. Es �l quien los vivifica, porque �l es el fermento del elixir, y sin �l, el elixir no puede ser perfecto. Porque, del mismo modo que la masa no podr�a ser fermentada sin levadura, asimismo, cuando hay�is sublimado y lavado el cuerpo, cuando hay�is expulsado la negrura de las heces, que las hace desagradables, y con el fin de unir entre si a este cuerpo y a estas heces, poned el fermento y haced agua de la tierra, hasta que el elixir se convierta en fermento, como la masa se hace levadura por la levadura que se une a ella. Si consider�is y examin�is bien la cosa, encontrar�is que el fermento que deber� ser unido a la obra no ha de tomarse de otra cosa que no sea de su misma naturaleza, pues �no veis que la levadura se toma de la pasta que ha sido fermentada? Y sabed que el fermento blanquea la composici�n e impide que se queme, retiene la tintura y la vuelve fija y permanente, alegra los cuerpos y los une entre si haci�ndolos penetrantes. Y esta es la Llave de los Fil�sofos y el fin al que se dirigen todas las operaciones que se realizan en la obra. Por medio de esta ciencia los cuerpos se hacen m�s perfectos de lo que eran, y con la ayuda de Dios se realiza la obra, del mismo modo que por el desprecio y la mala opini�n que se tiene de este fermento la obra se pierde y no se realiza. Pues lo que la levadura es a la masa, el cuajo a la leche en cuanto a los quesos, que se hace de ella, y lo que es el almizcle en los perfumes, lo es el color del oro para la tintura roja y su naturaleza no es, ciertamente, una maravilla. Por eso, con el hacemos la Seda, es decir, el elixir, y con �l hemos hecho la tinta con que hemos escrito, y te�imos el barro del sello real y en �l hemos puesto el color del cielo, que fortifica la vista de quienes lo miran. Por tanto, el oro es la piedra muy preciosa que no tiene impurezas y que es templada. Y ni el fuego ni el aire, ni el agua ni la tierra podr�an corromper este fermento universal, que por su composici�n templada, rectifica y sit�a todos los cuerpos imperfectos en una justicia y una temperatura moderada e iguales, transmut�ndolas en oro. Y este fermento es amarillo o anaranjado. El Oro de los Sabios, una vez cocido y bien digerido por medio del agua �gnea o del agua-fuego hace y compone el elixir. Pues el Oro de los Fil�sofos es m�s pesado que el plomo y por su composici�n templada y equilibrada, es el fermento del elixir. Como, por el contrario, lo que no es templado est� hecho con una composici�n desigual. Por lo dem�s, la primera obra se hace del vegetal, y la segunda del animal, de lo que tenemos un ejemplo (en el huevo del pollo, del que se forma un pollo) en los elementos que se forman visiblemente. Y nuestra tierra es oro, con el que hacemos la Seda, que es el fermento del elixir. FINAL |