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Alchemical material in SpanishThese translations of various alchemical pieces into Spanish have been donated by Santiago Jubany, who publishes various alchemical and related books under the name Ediciones Indigo.Back to alchemical texts in Spanish . Back to reference library . TRATADO SOBRE LA MATERIA DE LA PIEDRA DE LOS FIL�SOFOS EN GENERAL An�nimo De la materia de la piedra en general La materia primera y lejana de la piedra es triple, a saber, mercurio, plata y oro, pues toda perfecci�n consiste en estos tres, dado que todo lo que es trino es perfecto. No hay sino una perfecci�n soberana e independiente que es Dios, pero en su unidad encierra la trinidad de personas. Los esp�ritus desprendidos por todas las materias son de tres tipos, y en el hombre algunos son buenos, otros malos y otros intermedios, y cabe decir que todas las cosas m�s perfectas aman la trinidad. Sus miembros principales son tres, a saber, el coraz�n, el cerebro y el h�gado, a partir de los cuales se expanden por todo el cuerpo las arterias, los nervios y las venas, por los que fluyen los esp�ritus naturales vitales y animales, que sustentan las facultades naturales vitales y animales. Y para no alejarnos de nuestro prop�sito, decir que en el g�nero humano encontrar�is tres sexos: el masculino, el femenino y el hermafrodita. Y en nuestra obra, el oro es el macho, la plata, la hembra y el andr�gino es el mercurio, debiendo concurrir los tres a una misma obra. Y si otros aseguran lo contrario, como aquellos que dicen que la materia de la piedra es el t�rtaro, el vitriolo, el antimonio, el vinagre, la orina, el menstruo, la simiente, las secundinas, la sangre, la celidonia, la lunaria, la salamandra y otras cosas parecidas, o bien es que ignoran el arte o es que se refieren a otra cosa que quiz� se parezca en el color, o en la consistencia o en otras cualidades parecidas. As� pues, todos aquellos que buscan la materia fuera del g�nero met�lico y en cuerpos distintos a los metales trabajan in�tilmente y en vano. Placer�a a Dios que �stos hubieran impreso fuertemente en sus esp�ritus este axioma de los fil�sofos: lo semejante engendra lo semejante. �Acaso alguien ha visto a un buey engendrar un le�n? �Engendra el hombre un �rbol, una planta o un metal? Siempre ha sido una norma que el hombre engendre a un hombre, el caballo, un caballo o, lo que es lo mismo, el hombre es engendrado de la semilla del hombre, el caballo de la semilla del caballo, y de la semilla de la ruda es producida la ruda y no la salvia. Lo mismo sucede con el oro, que no podr�is producir jam�s sino con oro, ni la plata sin plata; y si alguno se aleja de este camino debe saber que perder� su tiempo y su aceite y que emplear� en ello todas sus riquezas e invertir� en ello toda su vida. Y dado que son muchos los que emplean muchos a�os en este trabajo con grandes dispendios, quiero advertirles que se hallan fuera de la verdadera v�a, pues no es menester tanto tiempo ni son necesarios tantos gastos, pues lo m�s costoso en esta obra es el fuego. Del mercurio de los fil�sofos Puesto que lo principal en nuestra obra consiste en saber qu� cosa es nuestro hermafrodita, a saber, el mercurio, tener especial cuidado en conocer lo que es el leproso mercurio vulgar, que no es, en absoluto, apropiado para nuestro objeto. �Pero d�nde quer�is pues, -me dir�is-, que lo busque y de d�nde lo debo tomar? Yo os respondo que se encuentra apresado y atado por muchas cadenas, y s�lo el fil�sofo lo puede rescatar y dejar en libertad. �l lo ve siempre, pues su casa no tiene puertas ni ventanas; pero el vulgo no lo ve ni lo reconoce, aunque se encuentra en todo lugar y est� presente en todo momento, lo posee tanto el pobre como el rico, la noche como el d�a. Todo el mundo lo manipula, lo toca y lo pisa con el pie, y sin embargo lo desconoce, porque, como ha sido dicho, su prisi�n no tiene puertas ni ventanas. Mas cierto individuo, tras o�r decir que el vulgo lo tocaba, lo pisaba con los pies, lo despreciaba y ensuciaba, se dirigi� hacia una monta�a de la que hab�a o�do decir que estaba habitada por cuatro hombres y dos mujeres que se ocupaban en cavar los minerales, y que cada uno de ellos llevaba en su vientre lo que buscaba. Persuadido de esto, se lleg� hasta la monta�a y se encontr� con el primer personaje, que estaba ocupado en trabajar y cavar la tierra; le mir� atentamente y vio a un hombre fuerte y robusto, vestido de soldado, de color rojo, que hab�a vuelto de la guerra y que no sab�a de otro oficio para ganarse la vida. Pero �ste, al ver al caminante, le habl� con rudeza y le pregunt� qu� era lo que buscaba y qu� lo hab�a tornado tan osado como para venir a aquellos lugares donde nadie hab�a estado antes. El viajero, fuertemente sorprendido al saberse mirado con desd�n y ser tratado con unas palabras tan rudas, respondi� con gran dulzura: �Oh, fort�simo hombre, he o�do decir que sois cuatro los hombres, y dos las mujeres, que trabaj�is en esta monta�a, y que por un gran esfuerzo todos vosotros pose�is la materia de la piedra de los fil�sofos. Y, puesto que yo ardo de amor por esta bendita piedra, no he tenido ning�n temor en venir a este lugar atravesando las aguas, las monta�as y los pe�ascos; �acaso no me dar�is vos la esperanza de obtener de alguno de vosotros lo que yo busco? Has o�do bien, le respondi� aquel fuerte hombre, somos cuatro hombres y dos mujeres y, en efecto, lo poseemos en tanto nosotros somos lo que t� buscas, y es tambi�n cierto que podr�amos d�rtelo, pero dudo si suceder� tal cosa, sin embargo puedes obtenerlo m�s f�cilmente de uno que de otro. En lo que respecta a m� no lo obtendr�s si no combates valientemente conmigo como un soldado experto, y si no me matas, pues lo que t� buscas lo guardo en el fondo de mi coraz�n, y es mi alimento y lo que me da la vida; y lo mismo sucede con todos los que estamos en esta monta�a. El viajero le respondi�: �Oh, fort�simo hombre, vos sois duro y robusto; yo no quiero combatir contra vos pues ser�a como enfrentar a un peque�o troyano con Aquiles, a�n y cuando fuese capaz de hacer todo lo que hizo David contra Goliat. Te aconsejo - le dijo el robusto hombre - que no toques tampoco a mi concubina y vecina, pues a�n es m�s fuerte en el combate, y si yo soy un le�n, en verdad ella es una leona. Te aconsejo tambi�n que no ataques a nuestro soberano capit�n ni a su esposa, pues son el rey y la reina, y poseen una gran pompa y esplendor, cuida pues de no atacarlos, aunque puedas vencerlos. Pero si sigues adelante encontrar�s a otros, y si puedes vencerlos llevar�s a buen t�rmino tus deseos. El viajero continu�, pues, su camino hasta encontrarse con un hombre muy bello, bien vestido y espl�ndido, al que habl� como al anterior. Este hombre le respondi� que nunca le dar�a una cosa de la que obten�a su alimento y que le daba la vida, y que adem�s si acced�a a lo que ped�a, no s�lo estaba en juego su vida sino tambi�n la del rey y la de la reina. El caminante mir� hacia todos los lados para ver si alguien le ve�a, pues fue presa del deseo de matarle y de extraer de su vientre lo que guardaba con tanto celo. Y tras haberle dicho que de su muerte depend�a tambi�n la muerte del rey y de la reina, todav�a se sent�a m�s dichoso, pues alimentaba la esperanza de matarlos tambi�n y extraer de ellos el tesoro que anhelaba. Al ver pues que no aparec�a nadie, atac� al hombre espl�ndido tom�ndolo por el cuello, por lo que aqu�l comenz� a pedirle clemencia prometi�ndole que si se la conced�a le revelar�a cualquier secreto que le pidiese. Cuando el viajero le solt�, el hombre le dijo: Si contin�as adelante te encontrar�s con un anciano que posee con m�s abundancia que yo el tesoro que buscas, y le vencer�s f�cilmente porque ya es viejo. Es adem�s muy pr�ximo a nuestro rey y a nuestra reina, pues es su portero y el portador de las llaves, por ello, cuando le venzas podr�s acercarte f�cilmente al rey y a la reina para poder matarlos tambi�n. El viajero prosigui� pues su camino hasta que al fin se encontr� con un anciano, hombre de pobre semblante y mal vestido, el m�s miserable y el m�s despreciado por todos, por lo que se mostraba triste y melanc�lico, y a �l le dirigi� el mismo discurso que a los anteriores. Pero el anciano le respondi�: �Oh buen hombre, busc�is aqu� una cosa que ni los pr�ncipes ni los reyes pueden obtener; es cierto que la pod�is encontrar f�cilmente en m�, y que vos pod�is vencerme con facilidad en el combate, pues soy viejo y d�bil y no llevo lo que busc�is en el fondo de mi coraz�n, como el primero que os ha hablado, ni como su concubina. Yo lo guardo en mi vientre, porque mi cuerpo y el de todos los dem�s extraen de �l su alimento. Sin embargo perder� la vida si me quit�is lo que busc�is. Pero perdonadme la vida, os lo ruego, pues soy viejo, pobre y miserable, y pod�is encontrar un tesoro mejor en mi vecino, que es brillante, soberbio y aliado de nuestra reina. Si lo hubieseis vencido habr�ais obtenido un tesoro m�s precioso que el que obtendr�is de m�, pues yo soy pobre, y no encontrar�is jam�s cosas bellas y relucientes en casa de los pobres y de los despreciables. El viajero tuvo piedad del pobre anciano al que podr�a haber matado f�cilmente, creyendo que era mejor arrebatar un tesoro m�s preciado al vecino del anciano, aunque fuera por la fuerza de las armas si no se lo quer�a dar voluntariamente. Sin embargo, cuando el viajero se iba, el anciano comenz� a sonre�r, pues poseyendo un tesoro tan precioso hab�a enga�ado al caminante, el cual, al darse cuenta de ello, se volvi� sobre sus pasos y montando en c�lera le dijo: �Ah, vil anciano!, �as� que te est�s burlando de m�? Ahora comprendo que aparentas ser pobre y que sin embargo posees el mayor tesoro, tal y como tu vecino me hab�a dicho. Paga pues tu burla recibiendo la muerte de mi mano. As� fue muerto el anciano. Es f�cil saber por todo lo que acabamos de decir de donde se debe tomar el mercurio. Ser�a ahora necesario declarar la manera de hacerlo nacer y salir del vientre corporal en el que est� encerrado. Esto lo dan a conocer suficientemente todos los fil�sofos y es lo que relatan todos los libros qu�micos acerca de la importunidad (sic). De aqu� el dicho com�n de los fil�sofos: Haz el mercurio por el mercurio; y es cosa esta en la que, por ser conocida por muchos, no nos vamos a detener m�s. De la preparaci�n y purificaci�n del mercurio. Tomad, pues, vuestro mercurio, y purificadlo bien pas�ndolo a trav�s de un lienzo plegado tres veces, cosa que har�is varias veces hasta que aparezca puro como el agua l�mpida y cristalina. Nosotros rechazamos todas las dem�s formas de purificar el mercurio, como aquellas que lo purifican mediante el vinagre, la sal, la orina, la cal viva, el vitriolo y otros corrosivos que destruyen la humedad del mercurio en lugar de exaltarla, y que m�s que ser �tiles, estorban. Del sol, de la luna y de su preparaci�n La segunda materia de la piedra, que es llamada hembra, es la luna, que conviene tomar tal y como sale de la mina, pur�sima, que no haya sido empleada para ning�n uso y que no haya probado la violencia del fuego, que no haya sido mezclada con ning�n cuerpo extra�o y que sea f�cilmente maleable. En una palabra, que sea la m�s excelente en su g�nero. �sta deber� ser reducida a fin�simas l�minas, aunque otros la reduzcan en cal. Lo que digo de la luna, lo digo tambi�n del sol, que conviene tomar del color m�s encendido que hacer se pueda, pues seg�n sea la semilla que sembr�is, tal ser� cosecha que recoj�is. Comienzo de la obra Lo primero que conviene se�alar aqu� es que para hacer la piedra al blanco o bien al rojo, se debe tomar una materia distinta. Sin embargo la manera de operar en la una y en la otra es similar. As� pues, lo que se diga de la operaci�n al blanco, debe tambi�n entenderse para la operaci�n al rojo. En primer lugar es necesario hablar de la putrefacci�n de la materia, que deber� ser seguida por la resurrecci�n y exaltaci�n, la cual no tendr� lugar si la putrefacci�n no la ha precedido, pues la corrupci�n del uno es la generaci�n del otro. La semilla de cualquier hierba lanzada sobre la tierra, se pudre y pierde su forma, despu�s de lo cual, la virtud que estaba escondida en ella, favorecida por el calor celeste, se manifiesta, y la tierra que contiene la semilla putrefacta, al ser humectada por las lluvias y el roc�o del cielo, le concede un cuerpo m�s noble y m�s perfecto, haci�ndole dar frutos en abundancia. La naturaleza opera de la misma manera en todos los animales; primero se alimentan, despu�s crecen y, finalmente, engendran. Y si esto es cierto en los hombres, en los animales y en las plantas, de lo que no cabe ninguna duda, ser�a necesario estar ciego para no ver que la misma cosa sucede en los minerales. Vosotros me dir�is que la cosa es muy distinta en los animales, ya que para la producci�n de una animal son necesarias las semillas de dos, a saber, del macho y de la hembra. Yo respondo que lo que hace la uni�n de las dos semillas, la del macho y la de la hembra, en la producci�n de un animal, una sola semilla lo hace en los minerales. �Y por qu� no podr�a hacerlo? dado que en los vegetales, la semilla que los produce no procede de dos plantas sino de una sola. Pues no conviene pensar que el sexo del macho o de la hembra atribuido a las plantas, a causa de su amor mutuo, contribuye en nada en la producci�n de sus semejantes. Pero para no dilatar m�s la cosa, he aqu�. Primera parte de la obra Tomad doce partes del m�s puro menstruo de una hembra prostituida y una parte del cuerpo inferior perfectamente lavado, mezcladlo todo junto hasta que toda la materia sea amalgamada en un vaso ovalado y de cuello largo Pero es necesario a�adir primero al cuerpo dos o cuatro partes del menstruo, y dejarlo reposar aproximadamente durante quince d�as, tiempo en el que se realiza la disoluci�n del cuerpo. Tomad despu�s esta materia y estrujadla para extraer de ella el menstruo, que guardar�is sobre el cuerpo que quedar� tras la compresi�n, a�adir�is una o dos partes de nuevo menstruo, y lo dejar�is reposar a�n ocho d�as, despu�s de los cuales proceder�is como al principio, reiterando en lo mismo hasta que todo el cuerpo sea llevado a agua. Todas estas operaciones se har�n a fuego lento de cenizas y con el vaso bien cerrado (bouch� avec de la carte). Segunda parte de la obra Tomad toda el agua de vida y colocadla en un vaso cerrado como el de antes, y con el mismo grado de fuego de cenizas, que es el primer grado de fuego, cada ocho d�as se formar� una piel negra que flotar� en la superficie y que es la cabeza del cuervo, la cual mezclar�is con el polvo negro depositado en el fondo del vaso, despu�s de haber tirado por inclinaci�n el agua de vida. Volver�is a colocar esa agua en el vaso y volver�is a proceder del mismo modo, hasta que ya no se forme m�s negrura. Tercera parte de la obra Tomad toda la cabeza de muerto que hab�is amasado y colocadla en el huevo filos�fico a fuego de cenizas de encina, y sellad herm�ticamente su orificio, pero usad una sola pasta en las junturas de las dos partes del huevo a fin de que pueda ser abierto con facilidad. Durante los primeros ocho d�as, m�s o menos, no dar�is m�s de beber a vuestra tierra negra y muerta, porque est� a�n embriagada de humedad. Despu�s, cuando haya sido desecada y alterada, la abrevar�is con agua de vida en igual peso. Abriendo el vaso a este efecto, mezcladlo bien y, a continuaci�n, lo volv�is a cerrar y lo dej�is reposar, no hasta que sea totalmente desecado, sino s�lo hasta la coagulaci�n; continuad despu�s imbibiendo hasta que la materia haya absorbido toda el agua. Cuarta parte de la obra Tomad despu�s esta materia y colocadla en un huevo a fuego de segundo grado, dej�ndola as� durante algunos meses hasta que finalmente, despu�s de haber pasado por diversos colores, se vuelva blanca. Quinta parte de la obra Una vez la tierra sea blanca, tendr� una potencia apropiada para recibir la semilla, a causa de la fecundidad que ha adquirido por las operaciones precedentes. Tomad pues esta tierra, despu�s de haberla pesado, y divididla en tres partes. Tomad una parte de fermento, cuyo peso sea igual a una de las partes de vuestra materia dividida y cuatro partes del menstruo de la hembra prostituida, y haced una amalgama con el fermento laminado, como antes, y con el menstruo, y haced la disoluci�n a calor lento durante catorce d�as, hasta que el cuerpo sea reducido a una cal sutil, pues aqu� no se busca el agua de vida. Tomad despu�s el menstruo con la cal del cuerpo y las tres partes de vuestra tierra blanca, y haced con todo esto una amalgama en un mortero de m�rmol, amalgama que pondr�is en un vaso de cristal a fuego de segundo grado durante un mes. Finalmente, dadle al fuego su tercer grado hasta que la materia se vuelva muy blanca, y su aspecto ser� como el de una masa grosera y dura como la piedra p�mez, pero pesada. Hasta aqu� llega la operaci�n de la piedra al blanco. Para hacer la piedra al rojo se debe operar de la misma manera, pero al final es necesario someterlo a fuego de tercer grado durante m�s tiempo y de forma m�s vehemente que para la piedra al blanco. Sexta parte de la preparaci�n de la piedra para hacer la proyecci�n Son muchos los que han hecho la piedra desconociendo, sin embargo, la manera de hacer la preparaci�n para hacer la proyecci�n. Y, sin embargo, la piedra hecha y acabada no hace ninguna transmutaci�n si no se hace que tenga ingreso en los cuerpos. Por ello, romped vuestra piedra a trozos, moledla y colocadla en un vaso bien enlutado hasta el cuello para que pueda soportar un gran fuego, como el de cuarto grado, y sometedlo a fuego de carb�n tan fuerte que la arena alcance una temperatura tal que al lanzar sobre ella unas gotas de agua se oiga un ruido, y tan fuerte que no sea posible tocar con la mano el cuello del vaso que est� sobre la arena a causa de su gran calor. Mantened vuestro vaso en este grado de fuego hasta que vuestra materia se convierta en un polvo muy sutil y muy ligero, cosa que, de ordinario, ocurre en el espacio de un mes y medio. S�ptima y �ltima parte del aumento y multiplicaci�n de la piedra Una vez hay�is hecho la piedra, la pod�is multiplicar hasta el infinito sin necesidad de volver a hacerla de nuevo. Una vez teng�is la piedra hecha y acabada por la quinta parte de la operaci�n, tomar�is la mitad de ella para usarla en la preparaci�n necesaria para la proyecci�n, y la otra mitad la guardar�is para multiplicarla. Pesad pues esta parte, y si pesa tres partes, tomad una parte, pero no del menstruo, sino del agua de vida. Tendr�is de este modo cuatro partes que pondr�is en un huevo a fuego de segundo grado durante un mes, despu�s del cual pasar�is al tercer grado del fuego hasta el final, como ya hemos ense�ado antes en la quinta parte de la operaci�n. FINAL |