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Alchemical material in Spanish

These translations of various alchemical pieces into Spanish have been donated by Santiago Jubany, who publishes various alchemical and related books under the name Ediciones Indigo.
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EL CAMINO DEL CIELO QUIMICO
Jacques Tol

Nuevamente traducido al frances

Muchas personas me acusar�n de temeridad y de presunci�n cuando vean que me atrevo a intentar instruir a tan grandes sabios dentro del arte quimico, ense�andoles cosas que han ignorado hasta el presente, o haciendoles notar aquellas que han entendido mal, precisamente yo, que estoy tan alejado del perfecto conocimiento de este arte. Pero poco me importa el juicio que se haga de mi mientras pueda yo ser �til al com�n. Si los sabios encuentran aqui alguna cosa que no sea de su agrado, la sinceridad con que la escribo debiera servirme no tanto para atraer su indignaci�n como para servirme de excusa ante ellos.
Y, ciertamente, tanto si el error me ha cegado como a otros tantos como si un trabajo mas certero me ha conducido a la verdad, lo que siempre ser� seguro es que muchos ser�n los que en el futuro se retirar�n dejando atr�s dispendios in�tiles por trabajos infructuosos y la p�rdida del tiempo que les debe ser tan precioso y querido.
El m�todo que me he propuesto para realizar una Obra tan excelente y bella, es totalmente distinto del que los dem�s han seguido. En un camino tan resbaladizo, que llev� a tantos hasta el precipicio, tengo por gu�a al sabio Paracelso y al famoso Basilio Valentin, mil veces m�s docto e instruido que aqu�l.
Ya hab�a resuelto disponer los vasos; hab�a empezado la preparaci�n del Mercurio, seg�n la doctrina de Filaleteo, mediante m�ltiples lociones y trituraciones; hab�a ya disuelto y purgado los metales con vinagres y aguas fuertes, cuando por una fortuna inesperada cay� en mis manos un libro intitulado: El gabinete herm�tico. Le� este libro con una avidez extraordinaria sin entender nada de �l, pero tras comprender que Paracelso jam�s consider� las cosas que otros hab�an confiado a su buena fe*, empec� a examinar con m�s exactitud la naturaleza de los metales, y a compararla con las experiencias que otros ya hab�an realizado. Tras lo cual, y ya con el esp�ritu m�s despejado, me d� cuenta de que nadie hab�a decidido tomar una v�a totalmente distinta, siguiendo la que este adepto hab�a inutilmente recomendado a nuestro Paracelso. Dejando, pues, a un lado, todos los sentimientos adversos, me propuse esta regla certera con la cual logr� alcanzar felizmente el fin de mi carrera.

Que la Piedra de los Fil�sofos debe ser hecha en tres o cuatro d�as.
Que los dispendios no pueden exceder la suma de tres o cuatro florines.
Y que un solo crisol o vaso de tierra es suficiente.

Y estimo que deben ser rechazadas todas aquellas proposiciones que no concuerden con estos tres aforismos. Provisto de una gran suerte, Basilio Valent�n me ha sido de gran ayuda, pues tras representar un crisol en sus primeras claves, ordena que se debe continuar por esa v�a y dejar a un lado todos los dem�s vasos, el fuego de l�mpara, el estiercol de caballo, de ceniza, de arena y de llamas, y aplicar su esp�ritu a los m�s profundos secretos del arte.
Despu�s de algunas ligeras pruebas, me sent�a m�s l�cido que nunca, y comenc� a observar m�s cosas de las que hab�a esperado: S�, gracias a un trabajo y a una aplicaci�n de esp�ritu extraordinarios, he visto cosas que, a mi parecer, jam�s nadie ha visto, ni siquiera durmiendo y en sus sue�os. Algunas de ellas las he explicado en mi tratado intitulado: Los acontecimientos imprevistos y fortuitos, las cuales repetir� aqu� suscintamente, a�adiendo adem�s otras muchas, con el fin de dar algunas luces a los curiosos.
He dicho que esta es una obra de tres o cuatro d�as, pero para hablar con m�s exactitud debo decir que hay una obra que dura tan s�lo tres horas, pues la obra es doble y dividida en dos, como sucede tambi�n con aquello que han llamado la Piedra de los Fil�sofos. Y, en efecto, es un gran error y muy frecuente entre los qu�micos, decir que la Piedra filosofal no es tal sino cuando ha alcanzado la absoluta perfecci�n, es decir, cuando a partir del fermento de la Luna o del Sol, es preparada por la multiplicaci�n. Pues existe otra (Piedra) que es imperfecta y que Basilio llama Todo en Todo, y de la cual nos ofrece el m�todo en sus diez primeras claves, en la und�cima nos da el m�todo para aumentarla y en la duod�cima su entera multiplicaci�n. Yo la llamo imperfecta por su comparaci�n con la otra, que es perfect�sima, pero, no obstante, es perfecta en s� y de naturaleza perfecta, cosa que pobar� f�cilmente por la autoridad de Bernardo el Trevisano y la de otros adeptos que han escrito sobre ella.
Esta primera obra es, pues, llamada la obra de las tres horas, y tambi�n de los tres d�as, pero de tres d�as filos�ficos, como indicar� a continuaci�n.
La segunda obra llega a su t�rmino en el espacio de tres o cuatro d�as naturales; y este inmenso tesoro que es buscado por los hombres avaros con tanto trabajo y dispendio, puede ser adquirido en este poco tiempo, sea al blanco o sea al rojo, pues la diferencia del fermento, o si lo prefieren, la adici�n del azufre del oro o de la plata en nuestra primera piedra, acaba y perfecciona la segunda.
Para el que observa el tiempo, lo dicho por Paracelso es muy verdadero. Los fil�sofos, dice, se entienden bien cuando hablan de los tiempos. Todo el mundo se encuentra en este punto extremamente confuso y rodeado de tinieblas. Hagamos un esfuerzo para disiparlas y para descubrir cosas que parecen estar hundidas en abismos impenetrables.
El a�o de los fil�sofos no es sino el ciclo solar realizado por el sol filos�fico cuando por el zod�aco recorre la tierra.
EL mes filos�fico es el de la luna.
La semana el de los siete planetas.
Y el d�a, el de la luz y las tinieblas.
El mundo es la misma materia.
El zod�aco que contiene los doce signos celestes, representa los doce trabajos del H�rcules filos�fico, que ya mostr� en mi tratado de los acontecimientos imprevistos, estre* el sol; es decir, el �cido, cuyo curso da t�rmino al a�o filos�fico mientras la materia se encuenra en fusi�n en el interior del vaso.
La Luna es el �lcali, cuyo curso penetra toda la materia fundida, y uni�ndose con su hermano el so, da t�rmino al mes sin�dico.
La semana nos es explicada por Basilio Valent�n en sus seis primeras claves, con la salvedad de que no nos habla del Mercurio que Filaleteo nos muestra como su gobernante, siendo la semana regida por su autoridad*.
La primera clave nos designa a Saturno, al agua y a la tierra; la segunda a J�piter, al aire y al fuego; la tercera a Marte; la cuarta a la luna; la quinta a Venus; la sexta al sol perfect�simo, y a la uni�n �ntima de los cuatro elementos. Nuestro Rey, nos dice, en su primera clave pasa por seis mansiones diferentes, y yo descanso en la s�ptima. As� pues, cuando la materia ha fundido lentamente en el vaso por la fuerza de su esp�ritu, entonces se purga por completo; por ello se convierte en su propio vinagre, del mismo modo que los metales tienen por costumbre formarse en el interior de las minas, pues antes el esp�ritu mercurial se coagula, se encierra* y se endurece en saturno. Por ello dice nuestro autor en algunas partes: S�lo el saturno fija el mercurio. Cuando el saturno ha sido purgado por otra circulaci�n, se convierte en j�piter, de �l se hace marte, a continuaci�n la luna, despu�s Venus y, finalmente, el sol, es decir, la obra perfecta. Seg�n este mismo ciclo se deja ver el d�a de los fil�sofos, pues lo que est� escrito acerca de la creaci�n del gran mundo, a saber, que las tinieblas estaban sobre la tierra, y que se encuentra extensamente explicado en mi tratado, del que ya habl� m�s arriba, as� como aquel pasaje en el que est� dicho: la luz fue hecha en el primer d�a, exigen que su verdad sea observada mediante alguna experiencia*.
Triturad el antimonio en un mortero filos�fico y cribadlo, es decir, fundid el antimonio en un crisol, removiendo y golpeando el crisol*, hasta que el r�gulo* se deposite en el fondo; y si trabaj�is seg�n conviene, vuestro r�gulo se ver� estrellado desde la primera fusi�n, obteniendo de este modo la luz despu�s de las tinieblas y una luz celeste, y esto si por medio del peque�o comentario que os ofrezco a continuaci�n y que os abrir� el cielo qu�mico, sois capaces de comprender lo que es el cielo, pues este cielo extendido colorea los campos de p�rpura y se reconocen en �l los astros y el sol.
Pero esto cuando a�n falta para la llegada del mediod�a, apenas el d�a comience a asomar, pues nuestro H�rcules espera que las tinieblas, en las que �l se encuentra como amortajado*, sean disipadas, para regocijarse entonces de la fulgurante luz del mediod�a. Por ello los poetas le han llamado su caos, pues es en el antimonio en donode todas las cosas se encuentran primeramente confusas, se separan y se dividen por la sola fusi�n, de modo tal que podr�ais creer con facilidad que Ovidio hubiera tomado de esto el sujeto de sus Metamorfosis.
Tambi�n se ve muy claramente que no es posible usar un vaso de cristal para la preparaci�n de la materia, sino que se debe utilizar un crisol o un vaso de tierra que resisten el fuego; y el fuego debe ser constante*, no como el de l�mpara, sino como el que se encuentra unido al mercurio, el cual se perfecciona y alcanza su t�rmino por un movimiento constante y continuado; en cuanto a los otros fuegos, conviene interpretarlos de un modo distinto al que acostumbra el vulgo.
As� se debe empezar por comprender qu� es la circulaci�n, la sublimaci�n, la trituraci�n, la digesti�n, y todas las dem�s operaciones qu�micas, en qu� medida son distintas de las vulgares y con qu� facilidad y en qu� poco tiempo pueden ser ejecutadas. De este modo podr� entenderse el sentido del enigma de Hermes cuando pide que las cosas superiores sean como las inferiores, y las inferiores como las superiores; tambi�n podr� comprenderse qu� es lo que el viento lleva en su vientre y qu� significa que el sol es su padre y la luna su madre*. Y ya no volver�is a ignorar cu�l es esta agua seca que no moja las manos.
Y, en fin, vosotros, se�is quienes se�is, los que a�n dud�is de lo que os digo, fundid solamente el antimonio y aplicaos a ver exactamente lo que acontece; y ver�is en �l todas estas cosas, ver�is en �l las palomas de Filaleteo, oir�is el canto de los cisnes de Basilio y este mar de los fil�sofos del que he hablado extensamente en mi tratado de los acontecimientos fortuitos e imprevistos.
Es conveniente que os hable ahora de los dispendios necesarios. Yo, que prefiero el conocimiento de la piedra filosofal, sin esp�ritu de sacar provecho alguno de ella, a esta misma piedra tingente hasta el infinito*, no pretendo sufrir los reproches secretos de aquellos que me acusar�n de aprovecahrme de los trabajos de otros. Y porque ha sido la divina bondad la que me ha formado, me siento dichoso por los escasos bienes de los que dispongo, y percibo a�n una dicha mayor y mucho m�s perfecta* cuando en la entera sinceridad de mi confianza* muestro a los dem�s como con los dedos*, el camino de enriquecerse.
Haced fundir, como ya os dije antes, el antimonio hasta obtener un r�gulo* estrellado, sin mezclar en �l marte, pues nuestro rey entra solo y sin sat�lites en la Fuente; entonces tendr�is todas las cosas: ya lo he dicho muchas veces, lo tendr�is todo y nada.
Para mostraros que marte no debe entrar en la composici�n del r�gulo*, he aqu� una experiencia que os convencer� de ello. Fundid r�gulo* de antimonio y de marte, y agregad la mitad de su peso de luna; y cuando todas estas cosas est�n bien fundidas, vertedlo todo en agua fuerte, entonces ver�is un polvo negro que precipitar� en el fondo, como la que Becker encontr� en su mina arenosa. Y este polvo, sea cual sea la industria que teng�is entre manos*, y sea cual sea el artificio del que os sirv�is, no puede fundirse en oro, porque se trata de marte totalmente puro.
As� pues, aquellos que creen que en la composici�n del r�gulo* no interviene m�s que el esp�ritu sulfuroso de marte, tropiezan groseramente. Yo he hecho la prueba con oro muy puro: he introducido veinte gramos de oro en una copela; una vez fundidos he agregado poco a poco r�gulo* de marte, y de todo ello he obtenido treinta gramos de oro, y de este modo mi oro ha sido aumentado en una tercera parte* tras haber resistido la prueba del fuego. Pero he visto que mi oro era fr�gil a causa de las partes de marte que le fueron unidas; y por un m�todo secreto separ� mi oro pur�simo obteni�ndolo en el mismo peso que al principio.
Pero volviendo al dispendio necesario, �acaso es un desembolso excesivo el que supone tomar una libra de antimonio, media libra de t�rtaro y de sal nitro y hacer fundir todo esto en un crisol y, una vez purgado hasta la aparici�n de la estrella, a�adir una parte de oro o de plata?*
Y si alguno cree que permanece en el error porque no le he mostrado lo poco que falta para lograr la piedra filosofal, y sin lo cual, a decir verdad, todo lo que he dicho es in�til, que piense que jam�s se ense�an todas las cosas a la vez y en un mismo tiempo; vendr� un d�a en el que descubrir� el misterio entero, y har� ver que no hay m�s v�a verdadera que la nuestra, ni que se realice con m�s premura ni con menos coste. Y para dar alguna satisfacci�n a las prisas que se puedan tener, a�adir� una experiencia que facilitar� el medio de llevar su esp�ritu hasta la b�squeda m�s profunda de este arte.
Haced un r�gulo* de marte y de oro o plata; tomad una parte del uno y del otro, y poned la de oro sobre una pieza de plata, y la de plata sobre una pieza de cobre; enrojeced estas piezas sobre una teja: el antimonio se exhalar�; al instante ver�is que vuestra pieza de plata se encuentra te�ida y penetrada por un intenso color rojo, y la de cobre te�ida y penetrada de color de plata. Y si coloc�is sobre una teja una pieza de plata, sobre la que se encuentra el r�gulo* de oro, colocando un poco por encima otra pieza de plata de manera que cubra a la otra sin tocarla y cuidando que no caiga ceniza sobre ella, la pieza de plata que se encuentra m�s arriba adquirir� el color del oro por medio del r�gulo* solar que, en su fusi�n, se lleva el oro y lo volatiliza. Por este medio se puede obtener un oro potable m�s* perfecto que el vulgar: esto es lo que puede ser llamado el verdadero oro de los fil�sofos.
He mostrado a mis amigos dos de estas piezas de plata y de cobre, bell�simas y perfect�simas, y cuando fui a Italia, al pasar por Berl�n, las ofrec� como presente al Seren�simo Elector Federico Guillermo, mi soberano Se�or, quien mostraba gran curiosidad por las cosas raras*.
Sigo adelante* para decir una cosa no menos notable. Fund� plomo al que a�ad� una parte de r�gulo* solar, y vi, no sin admiraci�n, que ese plomo no se reduc�a en escoria, aunque permaneciese mucho tiempo en el fuego; al contrario, apareci� como purgado de sus impurezas y, en cierto modo, cambiado o transmutado.
Este r�gulo*, bien preparado, contiene, pues, el verdadero oro potable de los fil�sofos, el cual es �vidamente bebido*, no por hombres como nosotros, sino por el hombre qu�mico, y por los animales; y su mercurio, �ntimamente unido al oro y a la plata, dona la amalgama filos�fica.
A�n puede observarse otro misterio en la preparaci�n, es la manteca* de antimonio filos�fico. La comparaci�n que hace Basilio Valent�n en su Carro Triunfal del Antimonio, puede ser con justicia recordada aqu�*: dice que la piedra de los fil�sofos se hace de la misma manera en la que nuestros aldeanos hacen manteca y queso a partir de la leche. Nuestra vaca es el antimonio, cuya leche, que es el r�gulo*, una vez agitado, da lugar a la manteca, que no es otra cosa que el azufre rojo; y este azufre es una verdadera manteca de antimonio. Por lo que hace al resto, cualquiera puede explicarlo con facilidad.
Pero alguno podr�a decirme que Basilio Valent�n quiere que se tome el vitriolo para hacer la piedra, y no el antimonio. Pero pensad (como pide �l mismo) �Qu� cosa es el vitriolo sino un azufre?, y el antimonio, �qu� cosa es sino el mercurio?* En la actualidad* se concibe con acierto lo que es el antimonio y el vitriolo de los fil�sofos, y es �ste uno de los secretos m�s importantes, hasta tal punto que si lo ignor�is, todo vuestro trabajo ser� in�til. A�n hay otras muchas cosas, pero la entrada es dif�cil: yo os ayudar� en la medida que me sea posible, y como hizo el sol en la f�bula, advertiremos a nuestro Faet�n de temer y temblar siempre hasta el final de su carrera, con el fin de gozar un d�a de los frutos de las Hesp�rides. Comenzar� por el principio*.
El antimonio pur�simo es la primera materia, tan ardientemente deseada y buscada con tanto cuidado por tantas gentes; es decir, que en el antimonio hay cierta humedad a�rea, maravillosamente mezclada de calor, del cual ya habl� la principio y muchas veces en algunos pasajes de mio Acontecimientos imprevistos. Esta materia est� dispuesta y gobernada por los rayos del sol y de la luna de los fil�sofos en su mar, y es conjuntada con el calor seco de su tierra.
He aqu� lo que produce nuestra materia segunda, nuestro hombre qu�mico, del cual he prometido que explicar�a sus enfermedades, as� como la devoluci�n de su perfecta salud a trav�s de los remedios que Basilio Valentin me ha indicado en su Carro Triunfal del Antimonio, si Dios me concede ocio suficiente*.
Ten�is ante vosotros el huevo que contiene y encierra el blanco y el amarillo, del que un d�a debe nacer* un peque�o gallo que mediante su agradable canto despertar� por la ma�ana a los verdaderos amantes de la qu�mica.
Creo que son muy pocos los que no han notado que entre los jerogl�ficos de los dioses de la antig�edad, el gallo est� particularmente consagrado a mercurio. Albricus, en su peque�o Tratado de las Im�genes de los Dioses, dice estas pocas palabras al hablar de Mercurio: Hab�a frente a �l un gallo que le estaba especialmente dedicado. El gallo es, pues, el signo y la se�al del mercurio, mercurio que los qu�micos vulgares tienen frecuentemente en su boca pero rara vez entre sus manos, y jam�s en la mediaci�n de su esp�ritu; y sin embargo el mercurio es su Todo: pero mientras busquen ese Todo en el mercurio vulgar, jam�s encontrar�n nada.
El verdadero y simple mercurio de los fil�sofos es, pues, aquel del cual he dicho antes que es h�medo, a�reo, c�lido, esp�ritu vol�til, el hermafrodita Ovidio, el �cido y el �lcali vol�til, el mercurio doble unido al azufre y a la sal filos�fica, o al �cido y al �lcali fijo: aquello que se forma cuando se unen ambos en r�gulo* siendo rechazadas las heces y las inmundicias. Pero a�n no es puro; es necesario que el rey entre en su ba�o filos�fico y se lave; que muera en �l; que se vivifique en �l; y que una vez revestido de su manto de p�rpura, se siente sobre su trono.
Acudid, pues, prestos aqu�, vosotros, qu�micos mercuriales que atorment�is incesantemente mis o�dos con vuestras fijaciones y coagulaciones del mercurio vulgar; aprended de esto que os he dicho lo que es el mercurio filos�fico, su fijaci�n, su coagulaci�n, su precipitaci�n, su sublimaci�n y su revificaci�n, pero aprended antes qu� es lo que los fil�sofos entienden por morir.
Sin duda hab�is visto alguna vez muertos o moribundos; �acaso no hab�is observado que una vez extinguido el esp�ritu c�lido vol�til que tiene por costumbre* penetrar todos los miembros del cuerpo y vivificarlos, la sangre se aglutina y se coagula en el cad�ver? Del mismo modo, la muerte, seg�n los fil�sofos, no es sino la coagulaci�n y fijaci�n de la materia vol�til.
Y pues, �acaso el r�gulo* no es vol�til? Fijadlo y estar� muerto. Pero �est� un cad�ver en estado de entrada en una nueva habitaci�n? �Acaso no permanece en su sepulcro en paz y en reposo eternos, seg�n he le�do muchas veces en las inscripciones de los viejos? �Acaso no permanecen en la tumba hasta el momento de ser resucitados por una potencia divina*? Del mismo modo, nada fijo entra en los otros cuerpos met�licos. Devolved la vida a este cuerpo: es decir, desde el fijo en el que se ha convertido, convertidlo de nuevo en vol�til, entonces entrar� con facilidad*. Hay, al decir del poeta, un calor y un esp�ritu vital en el cuerpo que nos abandona con la muerte.
En fin, �de qu� color son los cuerpos muertos? Seg�n los poetas la muerte es violeta, o m�s bien negra; y la vida, �acaso no es de una blancura como la de la luz? Entonces sab�is que quieren significar los fil�sofos con ennegrecer y blanquear. �Y es que alguien ignora a�n lo que es el ornato blanco de los �ngeles?, incluso los ni�os con apenas uso de raz�n los reconocen al verlos pintados con sus alas. Y si tienen alas, sus esp�ritus son, pues, vol�tiles.
Vosotros, los que busc�is con una aplicaci�n extrema vuestros diversos colores en vuestros vasos, venga, alejaos*. Vosotros, los que atorment�is mis o�dos con vuestro cuervo negro, est�is tan locos como aquel hombre de la antig�edad que acostumbraba a aplaudir en el teatro, aunque estuviese solo, porque siempre se imaginaba que ten�a ante sus ojos alg�n nuevo espect�culo. Lo mismo hac�is vosotros cuando, vertiendo l�grimas de dicha, imagin�is que v�is en vuestro vaso a vuestra blanca paloma, a vuestra �guila amarilla y a vuestro fais�n rojo, venga, alejaos de m� si busc�is la piedra filosofal en una cosa fija, pues ella no penetrar� los cuerpos met�licos m�s de lo que penetrar�a el cuerpo de un hombre del mundo unas s�lidas murallas.
Leemos en la Santa Escritura que el �ngel abri� las puertas de la prisi�n al querer extaer la piedra santa*, pero no le fue necesario abrirlas para entrar en ella. Leemos tambi�n que Jesucristo entr� en la asamblea de los ap�stoles estando las puertas cerradas, pero esto fue despu�s de su gloriosa resurrecci�n. Comprended, pues, a trav�s de estos ejemplos aquello de lo que el razonamiento no ha podido hasta el presente persuadiros. �Quer�is a�n alguna cosa m�s? �Por qu�, os pregunto*, envolv�is vuestro polvo en la cera cuando quer�is hacer una proyecci�n? �Por qu� calent�is vuestro mercurio o fund�s vuestro plomo antes de a�adir vuestro polvo? �Por qu� somet�is a un buen fuego de supresi�n* a vuestro crisol mientras el fuego es dulc�simo* en la parte inferior? �Por qu�, en fin, continuais manteniendo con un fuelle un fuego fuerte durante media hora, si no es afin que vuestra materia vol�til penetre prontamente el mercurio o el saturno, y no se evapora antes de la transmutaci�n?
He aqu� lo que tengo que deciros acerca de los colores, a fin de que en el futuro abandon�is vuestros trabajos in�tiles, y a lo que a�adir� una palabra referente al olor.
La tierra es negra, el agua es blanca, el aire, cuanto m�s cercano est� al sol, m�s se amarillea, el eter es rojo por completo. Del mismo modo la muerte, como ya ha sido dicho, es negra, la vida est� llena de luz; cuanto m�s pura es la luz, m�s pr�xima se encuentra de la naturaleza ang�lica, y los �ngeles de puros esp�ritus de fuego*.
�Acaso el olor de un cad�ver no es enojosa y desagradable al olfato? As� el olor hediondo en casa del fil�sofo denota la fijaci�n; por el contrario, el olor agradable se�ala la volatilidad, porque se aproxima a la vida y al calor. Plutarco recuerda en cierto lugar que el olor desprendido por los h�bitos de Alejandro el Grande despu�s de realizar alg�n ejercicio violento, era muy agradable. As�, cuanto m�s puro y c�lido es el aire de un pa�s, m�s odor�feras son las hierbas que crecen en �l. La Arabia feliz nos proporciona certeras pruebas de ello: el arte imita hasta tal punto la naturaleza, que los excrementos m�s hediondos del cuerpo humano adquieren un agradabil�simo perfume por una simple digesti�n y con la ayuda de un fuego proporcionado �qu� es sino la algalia?. En consecuencia, tenemos necesidad del socorro del fuego. Basilio y los demas adeptos tienen muchos tipos de fuego: hay un fuego celeste y hay un fuego terrestre, aquel es el del esp�ritu vol�til, este el del cuerpo fijo; uno es el del Sol superior, el otro es del sol inferior, como afirma Sendivogius y como dice Cicer�n, de este g�nero es aquel que se encuentra contenido en el cuerpo de los animales y que es llamado fuego vital y salut�fero, que conserva todas las cosas, las nutre, las aumenta, las sostiene y las capacita para el sentimiento: pero lo que admirar�is, sin duda, es que hay un fuego frio del mismo modo que hay un fuego caliente; ese fuego frio es mercurial, vol�til y femenino. El fuego c�lido es sulfuroso, fijo y macho. Y adem�s de eso, todav�a hay otros fuegos, que son los que estan ocultos en la materia, que los quimicos vulgares creen que son externos y en eso se enga�an. Basilio discurre a este respecto muy largamente. Tambien hay fuegos externos, entre los que podemos contar el fuego del juicio final, es decir, el fuego de prueba que se opera por medio de Saturno en la copela, por eso Basilio lo llama Juez Soberano, de igual manera que en el cielo es el planeta mas alejado y mas elevado por encima de nuestras cabezas.
Todav�a hay el fuego de Etna, o infernal, del que os hablar� en otra parte, por temor de fatigaros con una lectura demasiado extensa, y para refrescaros un poco os voy a ofrecer vinagre, pero del vinagre destilado muy agrio, con el que podr�is (cuando os parezca bien) preparar la tintura de coral, es decir, el acido o el azufre fijo, o bien os preparar�is perlas, es decir, el alcali, y beber�is para fortaleceros del vino o esp�ritu de vino antimonial: si a todo esto prefer�s la medicina universal, podr�is tomarla con el b�lsamo filosofico, no hay ningun otro licor alkaest que pueda disolver todas las cosas sin perdida ni disminuci�n de sus fuerzas: es el Alkaest de Paracelso, totalmente espiritual, agua celeste, y nuestra agua fuerte, etc. Hacia el fin del oto�o beberemos el nectar y la ambros�a contenidos en el cielo quimico, pero filosoficamente y del que apenas se han ofrecido los primeros fundamentos. Seas quien seas quien leas esto, deseo que te sea provechoso y te digo adios.
Amsterdam, el d�a que sigue a las Calendas de setiembre del a�o 1688