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Alchemical material in Spanish

These translations of various alchemical pieces into Spanish have been donated by Santiago Jubany, who publishes various alchemical and related books under the name Ediciones Indigo.
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AFORISMOS BASILIANOS
O C�NONES HERM�TICOS
DEL ESP�RITU Y DEL ALMA AS� COMO
DEL CUERPO MEDIADOR DEL MAYOR Y MENOR MUNDO

CANON I

Hermes Trismegisto ha merecido ser llamado Padre de los Fil�sofos por haber buscado los tres reinos mineral, vegetal y animal y la triple subsistencia de aquellos en una esencia creada, y en ella ha reconocido toda la fuerza y virtud de la naturaleza vegetable, animal y mineral.

II

En la naturaleza del mercurio, volante como la nieve, blanco y coagulado, se encuentra una virtud vegetante que no es com�n: dicho mercurio es un cierto esp�ritu tanto del gran como del peque�o mundo. Y es de este mercurio que depende y proviene el movimiento y flujo de la naturaleza humana, seg�n el Alma razonable.

III

En cuanto a la virtud animante, no es otra cosa que un medio entre el Esp�ritu y el cuerpo, dado que esta virtud, al ser como la liga del mundo, es el v�nculo entre aquellos dos, cuyo v�nculo consiste en el sulfuro que es a modo de un aceite rojo transparente como el sol del gran mundo y como el coraz�n del hombre en el peque�o mundo.

IV

En fin, la mineralidad est� dotada como de un cuerpo que es parecido a la sal: este cuerpo es de una virtud y de una olor admirable; y cuando la sal ser� separada de las inmundicias de la tierra, no ser� distinto del mercurio m�s que por la espesura y consistencia del cuerpo.

V

Estas tres subsistencias consi-deradas en una esencia creada, constituyen y establecen el limbo del Gran y peque�o mundo, de cuyo limbo el primer hombre ha sido formado cuando fue hecho del polvo de la tierra: al cual llega el Alma razonable microc�smica inmortal, inspirada inmediatamente de Dios la cual, a modo de una Reina, es la causa motriz y directriz de todas las funciones que est�n en el hombre.

VI

Por lo dem�s, al igual que la virtud de nuestro cuerpo y tambi�n de nuestra vida es completa por los cuatro elementos y por el ensamblaje o coagulaci�n del polvo de la tierra, si el esp�ritu mercurial, como h�medo radical, y el alma sulfurosa, como calor natural, conspiran y se ensamblan amigablemente en uno, con la consistencia y espesura de la sal, que preserva de toda podredumbre, del mismo modo es necesario que el Alma inmortal sea separada del cuerpo que ha sido formado del ensamblaje del polvo de la tierra. Si ocurre alg�n defecto en uno de los tres principios o en varios de ellos entonces de ello se sigue la muerte de todos ellos, pero si el defecto no se halla m�s que en una parte de cualquier principio entonces ser� causada la enfermedad, como se puede ver sobretodo en la anatom�a de los siete miembros principales.

VII

Nada hay que pueda mejor remediar el triple defecto de esos principios que la masa de ese limbo del que el hombre ha sido hecho, masa que ha sido ensamblada por los tres principios en una sustancia, que puede aumentar, conservar y mantener todas las fuerzas y virtudes de la naturaleza, con tal de que haya sido debidamente convertida y conducida en un cuerpo astral fijo.

VIII

De donde puede reconocerse que el b�lsamo del sujeto herm�tico tiene una estrecha armon�a y conveniencia con el cuerpo humano. Esto es lo que ha hecho aseverar, con pleno derecho, a ese pr�ncipe de los f�sicos alem�n, Felipe de Hohenheim, Paracelso, en el libro de la piedra f�sica, intitulado Manual: que el microcosmos que est� situado en el limbo y formado del polvo de la tierra, puede ser conducido y conservado en salud por su medicina como por su semejante, no por opini�n, sino verdadera y propiamente, En verdad, puede decirse la misma cosa de nuestra medicina.

IX

Primeramente hemos de considerar esas cosas, tanto m�s por cuanto la medicina vulgar es feble y d�bil para conservar y mantener radicalmente los tres principios del microcosmos y la armon�a de aquellos, pues no es sino por accidente que ella parece (operar) sobre esos tres principios, dado que est� casi por completo ocupada en los cuatro humores.

X

Pero la medicina mineral qu�mica extra�da de los minerales y metales raramente es preparada y administrada como se debe. Por ello Paracelso, en el mismo libro, prefiere su medicina a cualquier otra: sin embargo no niega que haya grandes secretos en las otras cosas minerales, pero dice que la operaci�n es larga y laboriosa, y que su uso no puede ser f�cil ni debidamente puesto en pr�ctica, principalmente por los ignorantes, que se sirven de esas medicinas causando m�s mal que bien.

XI

Por lo tanto, busquemos el limbo de nuestro Microcosmos, en cuyo microcosmos est� situado ese limbo, busquemos, digo, ese globo viscoso de la tierra, compuesto de mercurio, de sal y de azufre, el cual, seg�n Geber, puede ser elegantemente llamado humedad viscosa de la humedad, porque proviene de una cierta sustancia h�meda.

XII

Pues as� como el mundo, aunque haya sido creado de la nada, debe sin embargo su origen al Agua, sobre la cual el esp�ritu del Se�or era llevado, y de la cual provienen todas las cosas, tanto las celestes como las terrestres, igualmente, ese limbo procede de una agua que no es vulgar, y que no es ni el roc�o celeste, ni un aire condensado en las cavernas de las tierra o en un recipiente, ni un agua proveniente del abismo de la mar o sacada de las fuentes, pozos o r�os, sino que es un agua que toma su fuente de una cierta agua que ha padecido y sufrido y que est� ante los ojos de todo el mundo y sin embargo es conocida por poca gente. Esta agua posee en si misma todas las cosas que le son necesarias para el cumplimiento de toda la obra (en ella estando todo su exterior).

XIII

Esta naturaleza es mediadora entre el gran y el peque�o mundo; se encuentra por todas partes, est� en casa del pobre como del rico, tal como nos aseguran todos los fil�sofos: Se la arroja a las calles donde se la holla con los pies aunque sea el origen y la fuente de tantas operaciones maravillosas, por lo cual nos conviene restablecer esos tres principios del cuerpo.

XIV

Cuando esta materia est� resuelta en su propia agua (pues toda generaci�n viene del agua) ha de ser circulada por los cuatro elementos, hasta que llegue a ser una naturaleza astral fija, en el huevo filos�fico, llamado as� por el calor de la gallina que incuba incesantemente sus huevos, pues de otro modo todas esperanza de generaci�n perecer�a.

XV

As� el peque�o p�jaro animal de Hermes, al se encerrado en su calabozo, que es el horno, ha de ser excitado por el calor de nuestro fuego vaporoso, continuado por grados hasta que sea extra�do de si mismo y sea capaz, por su alumbramiento, de curar a cada uno.

XVI

As� como en la preparaci�n de los tres principios de esta agua que ha sufrido, nada a�adimos nosotros a su materia sustancial, nada quitamos a las tres propie-dades que subsisten en aquella agua: pero solamente rechazamos en su preparaci�n las superfluidades, es decir, las heterogeneidades o la tierra muerta y el agua ins�pida. Igualmente, comenzamos nuestra obra herm�tica con la conjunci�n de los tres principios preparados seg�n una cierta proporci�n que consiste en el peso del cuerpo, que ha de igualar al esp�ritu y al alma casi en su mitad.

XVII

Despu�s, gobernamos el todo con una continua fomentaci�n a fin de que la naturaleza, agente interior, no retarde su acci�n, ni sufra ning�n exceso. Haz, por tanto, un suave fuego al comienzo, que sea, primeramente, casi de cuatro gotas o hilillos, hasta que la materia ennegrezca: despu�s le a�ad�s, de tal manera que sea casi de catorce hilillos, mientras la materia se lava y el Iris que aparece concluya en color gris: luego, ponedla a casi veinticuatro hilillos hasta una perfecta blancura, superior a la de la nieve, fija y fluida, que es la luna del microcosmos.

XVIII

Si dese�is alcanzar la perfecta rojez continuareis el fuego durante setenta d�as. hasta que la piedra sea transformada en un rub� transparente, denso y pesado, que es verdaderamente, el sol del micro-cosmos, que podr�is aumentar del mismo modo que hab�is comenzado: un grano de aquel es igual en poder a seis mil granos y por tanto se ha de administrar en muy peque�as dosis.

Ra�z del Elixir
D
Hay en ella un vigor et�reo y
una imagen celeste.
De donde nos fluye y derrama esta Medicina de Dios.

R. E.
D
FINAL