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Alchemical material in Spanish

These translations of various alchemical pieces into Spanish have been donated by Santiago Jubany, who publishes various alchemical and related books under the name Ediciones Indigo.
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CARTA FILOS�FICA
DE MIGUEL SENDIVOGIUS

Habi�ndoos visto dudar de una ciencia de la cual deber�ais estar m�s persuadido, me ha parecido necesario trazaros sus fundamentos, de acuerdo con lo que la lectura de los verdaderos Fil�sofos y la experiencia me han ense�ado. A este efecto no uso de ninguna ret�rica, juzgando superfluo adornar la materia del mundo, que es la m�s bella por s� misma. La Santa Escritura, que est� dictada por el Esp�ritu Santo, y contiene la palabra del gran Dios, desprecia el adorno y gusta s�lo de las sentencias verdaderas y sencillas. La ignorancia, en cambio, y la mentira, de la que el padre de mentira arroj� la simiente en las Escuelas modernas, quiere ser revestida de perifollos para ocultar sus defectos; el arte y el colorete, son para las bellezas imperfectas. Ver�is, en la continuaci�n de esta Carta, una F�sica que parecer� extravagante e impertinente en el sentir de esas mismas Escuelas, y por adelantado os digo que el m�s insignificante pedante la condenar� con tanta osad�a como si la comprendiera muy bien, y que mis sentimientos ser�an proscritos por su raz�n, tan libremente como pudiera hacerlo si nuestra santa Ciencia estuviese sometida a su jurisdicci�n.
Pero dejo a cada uno que juzgue libremente y no quiero castigar a los presuntuosos e ignorantes m�s que con sus propias cualidades, que conservar�n como penitencia. De suerte que no pretendo escribir esta carta m�s que a vos, que ten�is la clave para descifrar su contenido misterioso, a fin de que pod�is confirmar vuestro conocimiento y apoyarlo sobre un cimiento inconmovible para dar gloria a Dios y servir a vuestro pr�jimo. Hallar�is la mayor parte de lo que os escribo, en los Fil�sofos, pero en ninguna parte lo ver�is reunido de este modo, en tan pocas palabras. Estas son sencillas, pero importantes y verdaderas. Leed, volved a leer, y pensadlo bien, relacionando todo con la piedra de toque que es la naturaleza; ella os saldr� como mi garante de la verdad. Haced un paralelo de esas investigaciones con mis palabras y guardad para vos mismo las observaciones que sacar�is. Por tanto, a fin de comprender de lo que se trata, sabed que la F�sica es una ciencia mediante la cual se explican las sustancias naturales, en su car�cter de naturales con su armon�a; es la ciencia de la naturaleza o una costumbre mediante la cual conocemos la naturaleza y las cosas que le deben el ser.
El autor de esta naturaleza es el mismo Dios, que subsiste naturalmente por s� mismo, sin comienzo ni fin. Es soberana y �nicamente Sabio, poderoso y Bueno. Como es infinito, y nosotros somos finitos, no podemos decir nada de El que no se halle demasiado por debajo de su gloria y perfecci�n; una parte no puede, en forma alguna, comprender al todo: la excelencia de sus obras le magnifica mucho m�s que la debilidad de nuestra expresi�n.

DEL CAOS

Cuando contemplamos sus obras en general, observamos, a partir de su comienzo, el Caos, los Elementos y las cosas elementadas. El Caos era un agitado compuesto del agua y del fuego vivificador, para que todas las cosas de este mundo fuesen producidas por el Verbo eterno de Dios. Era la materia conteniendo todas las formas en poder, que en seguida se manifestaron cuando su voluntad se redujo a acto. Aquel cuerpo informe era acu�tico, y llamado por los griegos hul�, indicando con la misma palabra al agua y la materia. Esta materia ha sido diferenciada por Dios en tres clases: en regi�n Superior, Media y Baja. La superior es completamente iluminada, eminente y sutil. La baja absolutamente tenebrosa, crasa, impura y grosera. La media est� formada por una mezcla de ambas cualidades.
No obstante, la �ltima clase o regi�n baja contiene todas las esencias y virtudes de las criaturas de la superior, de modo que lo que las criaturas superiores son actualmente y en forma manifiesta, las criaturas inferiores lo son en poder y en esencia oculta. La clase o regi�n superior es rec�procamente creada, de suerte que no hay nada en la inferior de lo cual ella no contenga la naturaleza y las virtudes; lo que las esencias superiores son interiormente, las inferiores lo son interiormente. Sin embargo, ambas no pueden, obrar igualmente, porque las criaturas superiores intelectuales pueden actuar, si lo desean, del mismo modo que las inferiores; pero las inferiores se ven impedidas, por la crasa tenebrosidad de su cuerpo, de actuar como lo har�an los �ngeles, a menos de ser iluminados de lo alto y dotados de virtudes divinas y m�s que humanas. En todo lo que antecede, hay que observar que la regi�n inferior no se halla enteramente desprovista de luz, ni la superior de alguna mezcla (aunque delicada) de tinieblas, porque �nicamente el Creador habita en una luz pura e inaccesible. La criatura, aunque opuesta la una a la otra, no carece jam�s de mezcla para procrear por esa potencia extensa y remisa, como el brazo corto y largo en Geometr�a, y es por medio de esta operaci�n admirable que el movimiento ha ordenado el Caos. La palabra eterna del Padre separ� primeramente los elementos, y despu�s las cosas elementadas superiores e inferiores, tanto terrestres como celestes y supracelestes. Porque la creaci�n del Cielo presupone la de los habitantes, que son los �ngeles bienaventurados, a los cuales se hace semejante el alma del hombre cuando, separada de los sentidos materiales y depurada de las impurezas por el Esp�ritu Santo, se eleva en firme fe a Dios, buscando y hallando, en el padre de las luces, esa claridad sobrenatural desconocida para el hombre sensual. Por ese camino, la gracia del Se�or manifest� a su servidor Mois�s esta reacci�n maravillosa; por esa misma gracia, mortificando nuestra carne perversa y resucitando en una nueva vida, elevamos el vuelo de nuestra alma por encima de todo lo que de material existe, penetrando las tinieblas confusas del caos, para observar, tanto `por la palabra revelada de Dios, como por la luz de su claridad que eminentemente reluce en sus grandes obras y en el hombre creado a su semejanza, los pasos de est operaci�n maravillosa, hasta que esta chispa de luz, de la que somos capaces en esta mortalidad, llegue a crecer para iluminarnos plenamente en la Eternidad.
Hay que observar tres cosas en este caos: 1�, el agua primera e informe; 2�, el fuego vivificador, por medio del cual el agua ha sido agitada; y 3�, la manera c�mo se han producido los seres particulares en ese caso o ser general. Esta agua informe e imperfecta, era incapaz, sin el fuego vivificador, de producir nada. Primeramente era el agua elemental, y conten�a el cuerpo y el esp�ritu, que conspiraban juntos a la procreaci�n de los cuerpos sutiles y groseros. Esta agua primera era fr�a, h�meda, crasa, impura y tenebrosa, haciendo en la creaci�n el papel de la hembra, as� como el fuego, cuyas innumerables chispas como machos diferentes, conten�a otras tantas tinturas propias a la procreaci�n de las criaturas particulares. Este fuego que precedi� a lo elementario, vivific� todo lo que se produjo del caos; es el de la naturaleza, o, para decirlo mejor, el esp�ritu del Universo sutilmente difundido en esa agua primera e informe. Se puede llamar a ese fuego la forma, como al agua la materia, confundidos juntos en el caos. El no subsistir�a separadamente sin el agua, que es propiamente su habit�culo, materia o veh�culo que le contiene. De todos modos, ese fuego no es m�s que un instrumento subalterno, y que no puede obrar en ninguna forma por s� s�lo, porque no es m�s que una herramienta material de la gran mano inmaterial de Dios, o de su palabra no creada que ha emanado de El, y de El procede continuamente, como vemos en el I y II cap�tulos del G�nesis, haciendo, por medio de ese fuego, las impresiones de diferentes tinturas sobre diversas especies.
Llam� tinturas a las potencias astrales y puntales. Porque la tintura es como un punto esencial, del cual, como del centro, salen los rayos que se multiplican en su operaci�n. Mas como dichos rayos no podr�an actuar por s� mismos a causa de su proximidad y parecido, han necesitado un cuerpo acu�tico diferente a sus propiedades, para que su masa, por ese fuego central y mediante la disposici�n de la palabra de Dios, as� como las dem�s cosas, tomen forma. El fuego no es un cuerpo, pero lo toma de fuera de �l y lo utiliza para el fin que tiene destinado: habita de mejor grado en un cuerpo perfecto que en otro que no lo sea; contiene las definiciones de todas las cosas y recibe en s�, seg�n las virtudes de su imaginaci�n que el verbo eterno de Dios le ha impreso, las disposiciones de las diversas simientes; es c�lido, seco, puro y di�fano. Estas dos �ltimas cualidades son las fuentes de toda luz; su calor le hace actuar sobre el agua, por ser el principio de todo el calor de los elementos y de las cosas elementadas; su sequedad es el principio de constancia en las criaturas; su diafanidad denota su utilidad, que le hace penetrable toda clase de cuerpos; su pureza excluye todas las imperfecciones, porque el fuego las rechaza lejos de s� y aspira a la constancia de la Eternidad, como se ver� con el fin del mundo y con la nueva creaci�n. Arist�teles le llama bastante impropiamente el principio del movimiento. Por tanto, el fuego es la naturaleza que no hace nada en vano, que no podr�a errar, y sin quien no se hace nada. Porque este esp�ritu actuante, si bien es inherente en diferentes cuerpos de este mundo, es, no obstante, siempre el mismo; y aunque sirva para vivificar tinturas diversas, seg�n est�n distinguidas en las criaturas por el Creador, �l no hace m�s que disponerlas de acuerdo con su capacidad.
As� creado este caos, Dios comenz� a trabajar en ese cuerpo tenebroso, infundi�ndole algunos rayos de luz por medio del Esp�ritu de Dios que se mov�a sobre las aguas, separando las tinieblas de la luz, y dando a las tinieblas la residencia inferior y media, as� como a la luz la superior. Separ� las aguas de las aguas, colocando la material y grosera en el mar y en la tierra, y elevando la sutil y la espiritual debajo y encima del firmamento, y en cuanto ella pudo servir de veh�culo, de instrumento y de mediadora al Esp�ritu universal, para llevar las �rdenes y las ayudas activa a los esp�ritus pasivos y particulares de los sublunares. No bastante esto, Dios concedi� el tercer grado de luz, separando la tierra o lo seco, de las aguas y del mar, a fin de que la tierra no se viese impedida por la mezcla excesiva de las aguas, de producir las hierbas y los �rboles que dan frutos. Separ� tambi�n, por la extensi�n de los Cielos, las aguas inferiores de las superiores, y cre� de la luz difusa antorchas para distinguir los tiempos y las estaciones, para operar por sus rayos o influencias mesuradas sobre las criaturas, a las que cre� de sus elementos distinguidos para vivir en ellos y habitar este edificio admirable del que di� el Se�or�o al hombre hecho a su imagen y seg�n su semejanza para servirle y bendecirle.

DE LOS ELEMENTOS EN GENERAL

El elemento es un cuerpo separado del caos a fin de que las cosas elementadas coexistan por �l y en �l; es el principio de una cosa, como la letra lo es de la s�laba. La doctrina de los elementos es muy importante, porque es la lave de los sagrados misterios de la naturaleza.
Los elementos conspiran juntos y se convierten f�cilmente los unos en los otros, y vemos a la tierra convertirse en agua, �sta en aire y el aire en fuego. La tierra se convierte en agua cuando el agua, por el movimiento del calor del centro de la tierra, penetra por sus conductos en forma de vapor y recibe de ella, por esta exhalaci�n, la esencia sutil, de suerte que no aparece ninguna diferencia entre el agua y la tierra. Esta tierra reducida a agua por el calor del Sol, elevada en la regi�n media del aire, sufriendo all� digesti�n durante alg�n tiempo, se convierte en fuego y forma los truenos y los rayos. Quien conoce el medio de cambiar un elemento en otro y hacer ligeras las cosas pesadas y pesadas las ligeras, se puede llamar verdadero Fil�sofo. Esto no se consigue sino mediante un cierto caos universal, cuyo centro contiene las virtudes de las cosas superiores e inferiores reduciendo la tierra a agua, el agua a aire, el aire a fuego. Jam�s existe un elemento sin otro, porque el fuego sin aire se apaga, el agua sin aire se pudre, la misma tierra no podr�a formar un globo sin el agua, la cual, sin los dem�s elementos, no produce nada.
El fuego purga al aire, el aire al agua, el agua ala tierra, y por el movimiento del fuego, uno se perfecciona en el otro. El fuego es siempre el menor en cantidad, as� como el primero en calidad; donde �l domina; engendra cosas perfectas. Los elementos son activos cuando trabajan en un cuerpo para formar con �l algo nuevo; pasivos cuando uno sufre que el otro haga all� algo, y mientras el uno obra el otro huelga. El agua act�a sobre el fuego, concentr�ndolo por la reclusi�n en su cuerpo; el fuego trabaja la tierra a fin de elevarse a su propia dignidad, y esto durar� hasta tanto que todos los elementos, por medio de una acci�n mutua, alcancen la soberana perfecci�n. Los elementos superiores obran mucho m�s perfectamente que los inferiores, como resulta evidente por los actos del Cielo o del fuego, a causa de su pureza y elevaci�n, en virtud de la cual exaltan a los elementos inferiores, en cambio, rebajan o atraen y humillan a los superiores. Y es por medio de esta atracci�n y expulsi�n que el mundo respira y vive, comunicando el ser de las cosas superiores (como se ha dicho) a las inferiores, y as� rec�procamente. Esta maravillosa operaci�n se hace mediante el esp�ritu del Universo invisible e impalpable en s�, a no ser que se haga tal por raz�n de la situaci�n y de su veh�culo. As� es como ese Mercurio, ese mensajero del Cielo que lleva sus �rdenes a la tierra, toma ciertas alas propias para facilitar su vuelo. Este instrumento es visible y palpable; pero el esp�ritu en s� mismo no lo es, por ser de una naturaleza enteramente espiritual y cuya esencia escapa a los sentidos.
Para comprender mejor este misterio, que es muy grande y excelente, consideramos que la tierra y el agua ocupan el habit�culo inferior, por ser menos excelentes que el Cielo, que es el fuego, y que est� situado encima como el aire, que es un elemento medio entre el fuego sutil y la tierra; y el agua grosera se coloca entre los dos. Ahora bien, para que la tierra fuese exaltada por el fuego y elevada a la soberana perfecci�n, era necesario que el fuego la volviese a purgar de su inmunda crasitud, y que a este objeto fuese depositado en su vientre para actuar en �l hasta tanto que habiendo separado toda la impureza de la tierra, atrajese su esencia pura y sin heces. Pero esta tierra virgen no puede obrar sin los elementos medios, el fuego obra sobre el agua, que compone un mismo globo con la tierra, y mediante el aire, sutilizando esa agua por un calor, reduci�ndola de ese modo a vapor, y uniendo al mismo tiempo la tierra a su naturaleza. De este modo la naturaleza, que procede siempre con orden, tiende desde las cosas bajas, pasando por las medianas al v�rtice de perfecci�n, y como la tierra es un cuerpo compacto, el agua no la puede transformar de golpe a su propia naturaleza; por eso se eleva con frecuencia mediante el calor del Sol, que la destila y la devuelve sobre la tierra, a fin de que la lleve la virtud del fuego, para que por sus aspersiones reiteradas la tierra se resuelva en sus simientes, porque las simientes de tierra inherentes tienen en s� el fuego de la naturaleza, que participa del fuego celeste, el cual convierte, mediante vapores muy sutiles, la tierra en agua, para poder penetrar y vivificar las entra�as de las semillas. Despu�s de esto, la convierte, mediante vapores muy sutiles, la tierra en agua, para poder penetrar y vivificar las entra�as de las semillas. Despu�s de esto, la convierte, por una digesti�n continuada, en un aceite cristalino que representa al aire por su claridad di�fana, y por fin la enciende, despu�s de haberla despojado de todas sus impurezas con su llama ardiente, haci�ndole expirar de d�a en d�a y subir a los lugares superiores a trav�s del aire y reduci�ndola a la misma esencia del fuego. He ah� c�mo un elemento participa la naturaleza del otro; por tanto, el elemento es un cuerpo espiritual que contiene una materia grosera y visible; no pueden reposar, sino que est�n en un movimiento perpetuo, para colaborar en la procreaci�n de las cosas; los unos se inclinan m�s en sus desigualdades hacia la forma corporal, y los otros hacia la naturaleza espiritual.
Cuando esos elementos se hallen un d�a (por la emoci�n nueva de la nueva creaci�n) desprovistos de toda impureza, entonces su cuerpo y su esp�ritu se ver�n en justo equilibrio y ligados por el lazo sagrado de la eternidad; quitada la desigualdad, tambi�n lo ser� el movimiento que compone al tiempo, y all� donde �ste no existe, aparece por s� misma la eternidad.
De todas las materias que conocemos, la m�s igualmente compuesta es el oro, que teniendo elementos puros y desprovistos de desigualdad, se acerca a la eternidad m�s que ninguna otra materia y proporciona, hecho espiritual y aplicable al cuerpo humano, una Medicina que sobrepasa en mucho a todas las dem�s Medicinas. Y sin obst�culo de la maldici�n que el pecado atrae sobre nuestros propios elementos y sobre nuestros alimentos, esta excelente Medicina har�a adem�s, con seguridad, otro efecto aun. Hablando hace poco de la armon�a, tocar� esta cuerda m�s claramente, haciendo ver que no es imposible representar mec�nicamente al Macrocosmos con los elementos de este Universo, bajo la forma de un movimiento perpetuo; sin embargo, confieso que no le conocemos m�s que en parte, porque el pecado nos ech� fuera del Para�so cuya entrada nos est� prohibida en esta vida caduca y miserable. No obstante, trataremos de atrapar alguna rama que pase por encima de la pared de jard�n del Ed�n, y no pudiendo entrar en �l ni comer la fruta del �rbol de la vida, trataremos de tener al menos alguna hoja suya, aunque (como se ha dicho) secada y corrompida por nuestra desdichada iniquidad.

DE LOS ELEMENTOS EN PARTICULAR
Y DEL FUEGO ELEMENTARIO O DEL CIELO

El fuego y el aire son los elementos superiores. El fuego es el primero, en comparaci�n con todos los otros, a causa de su pureza, sutilidad y perfecci�n, causada por la simplicidad, que lo hace m�s noble y m�s poderoso; el esp�ritu del Universo lo posee y fortifica maravillosamente. El aire, por ser menos puro, no le penetra jam�s a fondo, ni se une totalmente a �l, sino despu�s de haber sido purificado de sus heces. El fuego elementario no obra m�s que cuando est� concentrado, entonces sus rayos toman fuerzas y arrojan poderosamente sus influencias. Despu�s que Dios hubo concentrado, entonces sus rayos toman fuerza y arrojan poderosamente sus influencias. Despu�s que Dios hubo concentrado (G�nesis, I, vers�culo 10) los elementos y (vers�culo 11) las cosas elementadas, concentrando el fuego o el punto astral dentro de las simientes particulares, concentr� tambi�n (vers�culo 14) la luz difusa en ciertas luminarias para enviar (vers�culo 15) sus rayos a la tierra y all� hacerles actuar. Cuando quiere actuar, arroja (siendo el m�s fuerte en el cuerpo) a los vapores impuros y superfluos al aire, para que all� sean digeridos, si �l es el m�s d�bil, los vapores le oprimen y sofocan; porque el fuego trata de purificar todas las cosas y reducirlas a la soberana perfecci�n, como saben los Fil�sofos. Y cuanto m�s penetrante es un elemento, es tambi�n tanto m�s activo. Es puro y no sufre impurezas. Los hay de dos clases; porque es interior o exterior; el exterior provee al interior, excit�ndolo para agitar las diferentes cualidades del cuerpo que penetra y dar t�rmino a la obra de la naturaleza; esos dos fuegos son tan familiares y colaterales, que al encontrarse con sus fuerzas en un mismo sujeto, el uno fortifica al otro para alcanzar la cumbre de la perfecci�n. El fuego es un elemento que act�a en el centro de cada cosa, por el movimiento de la naturaleza, que causa la emoci�n, la emoci�n el aire; el aire el fuego, y el fuego separa, purga, digiere, colorea y madura cada simiente en la matriz y en la situaci�n que el Creador le ha asignado desde el comienzo. Este elemento no puede soportar el agua cruda, sino que la rechaza y la reduce a vapor mediante su calor. No es que sea imposible hacer compatible el agua con el fuego y hacerla durar en la llama m�s grande hasta hacerlos inseparables, pero el camino es conocido por muy pocas personas y pertenece a la c�bala de la Filosof�a secreta. El fuego elementario es el Cielo o el firmamento mismo donde residen los astros, cuyas influencias visibles convencen de error a aquellos que las niegan. Contiene abundantemente el Esp�ritu del Universo, que es el fuego, se comunica por el veh�culo del aire a las cosas sublunares y les da vida; porque la vida no es m�s que un flujo de fuego natural en el cuerpo vivo. Esto debe entenderse que es para la vida animal, porque la vida del alma razonable es un flujo de fuego mucho m�s notable y m�s puro, de substancia supraceleste, que saca su fuego exterior directamente del Esp�ritu de Dios, que la vivifica y purifica, comenzando por la atenci�n de los rayos de su fe, y por la comunicaci�n o impresi�n de los rayos de su gracia y luz, a inspirarle los principios de la vida eterna, en espera de que, acompa�ada de un cuerpo despojado de toda impureza,. pueda comparecer glorificada ante el trono de Dios Los Cuerpos que subsisten en el Cielo, atraen de �l su alimento, y en seguida env�an sus rayos o influencias sobre la tierra; para impedir que por esta emisi�n disminuya su virtud, el Eterno orden� por su sabidur�a inefable que atrajesen de la tierra tantos elementos purificados como los que la env�an. Y as� es como se hace la admirable circulaci�n de la naturaleza, de la cual esta operaci�n de rayos es la gran rueda. El fuego supremo es el Cielo emp�reo, donde residen Astros espirituales, que no tienen cuerpos de luz compacta; son de una esencia m�s sutil y eminente que los astros visibles, y tienen bastante m�s poder; son Esp�ritus que representan cada uno las Fuerzas y las Virtudes de este Universo, disfrutando, por raz�n de su gran sencillez, pureza y perfecci�n, de una beatitud permanente.
Las tinieblas que velan nuestras almas en este mundo corruptible nos hacen invisibles los Astros que asisten ante la Majestad Sagrada del Eterno; ellos ven (fuera de tiempo) al mismo tiempo y a la vez, lo que conocemos y lo que no conocemos. Las aguas supracelestes con su aire y su fuego soberanamente puros, componen el Cielo emp�reo. Se habla de dichas aguas supraceleste en el G�nesis I; Daniel, 3, 6; y en los Salmos, 104, 3. Es una sustancia muy pura, luciente, sutil, inflamada, pero no consumida, que constituye la morada de los �ngeles (Schmaijm) y de los bienaventurados, el verdadero Para�so compuesto de elementos incorruptibles y perfectos, como eran aquellos de que Ad�n gozaba antes del pecado. El Macrocosmos superior contiene todo lo que tiene el inferior. Por la continua influencia de esa agua incorruptible, se animan y disponen todas las cosas en este bajo mundo. Habi�ndose comunicado con los Astros visibles, pasa de los Astros, al aire, del aire al agua, y por el agua a la tierra, de suerte que resulta claramente que el mundo inferior es la imagen del mundo superior. Y como en este mundo el aire se mantiene sobre el agua y el fuego sobre el aire, as� sucede en el mundo ang�lico; el aire supraceleste est� por encima de las aguas supraceleste y en lugar m�s eminente se halla el fuego soberanamente puro que compone la luz inaccesible donde Dios ha constituido la morada de Su Majestad. Que nadie nos censure por acometer un tema tan elevado, aparte de que no se dice nada que sea indigno de nuestro Dios, ni contrario a su santa Palabra. Hay una clave secreta que abre la puerta de esos secretos; esta oculta en un cuerpo muy com�n y visible a los ojos del vulgo, pero muy precioso ante los de los verdaderos Fil�sofos.

DEL AIRE

El aire es un elemento sutil, di�fano, ligero e invisible, el lazo entre las cosas superiores e inferiores, el domicilio de los Meteoros. No hay nada en el mundo que pueda pasarse de ese elemento. Todas las criaturas sacan de �l su vida y alimento; fortifica al h�medo radical y alimenta a los esp�ritus vitales. Nada nacer�a si el aire no penetrase y atrajera el alimento multiplicador; el aire contiene un esp�ritu congelado, mejor que toda la tierra habitable; ese elemento es m�s puro que el agua y menos puro que el Cielo; participa de la pureza del elemento superior y de la impureza de los inferiores, y est� ricamente dotado del Esp�ritu del Universo.

DEL AGUA

Los elementos inferiores son el agua y la tierra; su exaltaci�n depende la eminencia de los superiores, y es necesario que para perfeccionarse, sean con frecuencia elevados y enriquecidos con las virtudes superiores; es preciso, digo, que la tierra se eleve a menudo por medio del agua, a fin de que el fuego que reside en las entra�as de la tierra aparezca en sus operaciones; el agua no vuelve jam�s a la tierra sin ser corregida y sin traer alguna nueva virtud. La lluvia act�a m�s que el agua simple con que riega el jardinero. El agua no penetrar�a la tierra si no estuviese animada por el calor superior o inferior, como Est�o, que el calor del Sol y el central sutilizan el agua y la hacen subir por las ra�ces de los vegetales, para terminar de ser digerida y convertirse en plantas, flores y frutas; el calor hace subir la humedad de la tierra en niebla, que una vez levantada vuelve a caer en forma de lluvia por su peso, y devuelve a la tierra su humedad para hacerla fructificar. Porque esta marea universal se acrecienta del Cielo y trae de �l cada vez nuevas virtudes.
El agua es un elemento h�medo y grosero, es la morada de los peces, el alimento de las plantas y los minerales, el refresco de los animales, la ayuda de la generaci�n y el veh�culo por cuyo medio los cuerpos contienen los elementos inferiores, y reciben las influencias del Cielo. Este elemento contiene a los otros tres, y sirve para producir, conservar y aumentar todos los cuerpos que vemos. Contiene una excelente Medicina, dotada de las virtudes superiores e inferiores. Dichoso aquel que la sabe fijar con su esp�ritu. As� como el fuego separa las cosas que est�n juntas, el agua une las que se hallan separadas; la naturaleza, al reunir las cosas superiores con las inferiores por conducto de las intermedias, se sirve del agua para comunicar a la tierra lo que el fuego destila en agua por medio del aire; porque al caer en el aire la esencia del fuego, la de ambos se arroja en el agua, y �sta en la tierra, que es el recept�culo de todas las simientes; si el agua no pasara y volviera a pasar incesantemente por los conductos de la tierra, el fuego astral la consumir�a por la intemperie de su movimiento, y al pasar por la tierra atrae su naturaleza, visti�ndose con su m�s delicada esencia, y ayudando a la putrefacci�n, que es la madre de la generaci�n; porque sin agua no se produce putrefacci�n. Pasando por sitios bituminosos y azufrados, atrae este calor y virtud que vemos en los ba�os termales de Ballaruc y en otras partes. Al pasar por venas enriquecidas por metales o fuentes met�licas, atrae igualmente su virtud, y produce las aguas salut�feras, cuyas fuentes se ven en Spa y otros lugares, porque el agua huele siempre a aquello con que fue calentada, as� como sucede en la composici�n de los caldos que los cocineros preparan todos lo d�as.
El calor central hace (como se ha dicho) cada d�a lo mismo con el agua elementaria y los frutos de las entra�as de la tierra. He ah� c�mo Ec�nomo y Se�or absoluto del mundo hace su destilaci�n en el Macrocosmo; alg�n d�a su bondad paterna exaltar� Su Majestad gloriosa con su omnipotencia, avivando ese fuego muy puro que sirve de firmamento a las aguas supracelestes, y reforzando el grado del calor central para reducir a aire todas las aguas y calcinar la tierra, hasta que, consumidas por el fuego todas las impurezas, devuelva a la tierra purificada, para componer un nuevo mundo, consistente en un nuevo Cielo y una nueva Tierra (Apocalipsis, 21, 7), en la cual, y en elementos soberanamente puros, inmutables y exaltados, vivir�n los cuerpos glorificados de los Elegidos de Dios, despu�s de que sean cambiados (1Cor, 15, 51), para ser glorificados, es decir, purificados de la crasitud perecedera y pecaminosa que vela nuestras almas en esta vida miserable, para hacerlas capaces de disfrutar inmediatamente de la claridad divina (Is, 60, 19, y 20). �Oh! �Se�or! �Cu�ndo veremos tu santa faz? �Hasta cu�ndo yaceremos en las tinieblas de la ignorancia, donde el pecado nos encadena?
En resumen: el agua, por una sal imperceptible para los sentidos, disuelve las simientes que la tierra contiene; esta disoluci�n separa los cuerpos, esta separaci�n los conduce a la putrefacci�n, y esta putrefacci�n a una nueva vida.

DE LA TIERRA

El �ltimo elemento es la tierra, dura crasa, impura, �rida, morada de los animales, las plantas, los metales y los minerales, llena de simientes infinitas, menos simple que los otros elementos, de los que la tierra es, en realidad, el recept�culo. Es un cuerpo fijo que retiene las impresiones de las influencias de lo alto con m�s perfecci�n que los dem�s elementos. El agua y el aire no las retienen tan bien, porque penetran hasta el centro de la tierra, de donde regresa copiosamente a la superficie. La tierra y el agua constituyen un mismo globo, y obran conjuntamente unidas en la procreaci�n de los animales, de los vegetales y de los minerales; posee un esp�ritu que alimenta a los cuerpos materiales; como es de la naturaleza de la sal, se disuelve con facilidad en el agua que penetra los poros de la tierra, para tomar la naturaleza de los vegetales. La tierra consolida a los cuerpos, atemperando la humedad del agua, para lo cual toman la forma a que est�n destinados; el agua y el fuego trabajan sin cesar en este elemento mediante el aire; si el agua predomina, nacen cosas corruptibles; si es el fuego, salen cosas duraderas. La tierra retiene las cosas pesadas por s� mismas y rechaza las ligeras; es la madre y matriz de todas las simientes y de todas las composiciones. Es, tanto como el agua, la matriz de la Medicina universal; porque el esp�ritu del Universo se encuentra fijo en ella, pero no universalmente y en todas partes. Para ello, es menester convertir la tierra en agua, el agua en aire, y el aire en fuego.
De la tierra que nos viene de los alto, se saca el movimiento perpetuo, si se disuelve en su agua, mediante el fuego filos�fico, despu�s de que haya tomado la forma del caos que ten�an los elementos antes de la separaci�n de las cosas elementadas.

DE LAS COSAS ELEMENTADAS Y PRIMERAMENTE DEL ESP�RITU

Habiendo esbozado as� el caos y los elementos, hagamos lo propio con las cosas elementadas. Son sustancias que proceden de los elementos y tienen afinidad con ellos, son: o espirituales o corporales. Las primeras son creadas de la esencia de los elementos m�s sutiles; cuanto m�s sutiles son ellas, tanta m�s fuerza y poder tienen; la excelencia de la operaci�n depende absolutamente de la sutilidad de la esencia. Los elementos m�s puros tienen los esp�ritus m�s sutiles que sirven de instrumento a la palabra eterna de Dios. Los Esp�ritus son superiores o inferiores: los primeros habitan el Cielo y son de la primera o de la segunda clase. Los de la primera son muy puros y habitan el Cielo Emp�reo, y como est�n por encima del firmamento y del movimiento acompasado de los Astros, no est�n sujetos al tiempo; entienden y comprenden las cosas, no sucesivamente, sino a un tiempo; se distinguen en Ordenes y en Potencias (Cor, 1, 16), y habiendo Arc�ngeles (1 Thess, 4, 16), los �ngeles se diferencian de las Pontencias (Rom, 8, 38). Los esp�ritus de la segunda clase son aquellos que habitan en el firmamento de los astros visibles; como presiden las operaciones del fuego astral, se les ha llamado Salamandras; sirven de instrumento a las operaciones que los �ngeles bienhechores ejercen en las criaturas inferiores, la luz perfecta de lo alto no se comunica a lo bajo imperfecto sino por ese conducto o medio. Esos esp�ritus son innumerables y tienen sus funciones concretas y determinadas como las criaturas que habitan el globo de la tierra. As� como hay tantas Estrellas diferentes en el Firmamento, as� existen tantos �rdenes diversos de Esp�ritus: los hay Solares, Lunares, Saturnianos, Mercuriales, etc., que dominan con sus influencias el globo de la tierra; ellos explotan hasta las funciones morales del hombre, impuls�ndole a los actos de prohidad civil, con la que hemos visto adornados a los paganos; pero como esto no procede m�s que el Ciclo subalterno, se precisan rayos de luz del Esp�ritu supremo para crucificar nuestra propia carne y hasta sacrificar por la gloria divina, renunciando a todas nuestras felicidades corruptibles por los incorruptible, hasta amar a nuestros enemigos, y odiar nuestra propia naturaleza corrompida. Las impresiones que van m�s all� del orden de la naturaleza, proceden directamente de la luz no creada del Esp�ritu de Dios. Los esp�ritus que presiden dentro del aire consuman en ellos y convierten en su propia naturaleza ese caos compuesto por todas las cosas, del que ninguna de las cosas creadas puede pasarse; conducen los Meteoros y con frecuencia poducen, por la voluntad del soberano Creador, los efectos prodigiosos del viento y del trueno; todos no son malos, ni sujetos al Pr�ncipe de este mundo que reina en el aire. No son universales, sino que est�n distribuidos en ciertas disposiciones para diferentes funciones. El remanente de los Esp�ritus terrestres y acu�ticos tienen igualmente las suyas, de acuerdo con las �rdenes del Eterno; son, tanto los unos como los otros, menos poderosos que los a�reos. Lo bueno que hacen los Esp�ritus en el curso de la naturaleza, procede de aquellos que son buenos y que Dios ha creado elementarios para ese objeto; lo que sucede de malo y siniestro proviene de los Esp�ritus malignos arrojados del Cielo emp�reo causa de su rebeli�n por la cual est�n condenados a vivir, as� como el hombre pecador, en lugar de los elementos puros e incorruptibles, entre los impuros y perecederos. Los diablos, Esp�ritus malignos, artificiosamente imitan a los elementos espirituales y corporales en las cosas elementadas, para arruinarlas, y especialmente al hombre, en el que odian la imagen del Eterno, y al que tratan, con una envidia maliciosa, de corromper, aniquilar y sumergir en las tinieblas; mas como las tinieblas no sirven m�s que para hacer resaltar la excelencia de la luz m�s aparente y m�s bella, asimismo su negra malicia no sirve m�s que para exaltar tanto m�s la bondad y la luz del Todopoderoso, que los hace cooperar, hasta en su condenaci�n, y a pesar de ellos mismos, a glorificar la justicia y la Gloria de su poder infinito, por su vana e infructuosa resistencia.

DE LOS TRES PRINCIPIOS DE LA NATURALEZA

Habiendo tratado de todo lo que antecede, hay que descender para contemplar los cuerpos palpables y sujetos a nuestros sentimientos. Despu�s de los Elementos espirituales, consideremos los cuerpos sacados de los Elementos exteriormente de una naturaleza corporal e interiormente de una naturaleza espiritual; porque los cuerpos no son sino las prisiones que encierran a los esp�ritus interiores y activos para limitarlos; est�n limitados de vida y de muerte; cuantos m�s �rganos tienen, son tanto m�s corruptibles, s�lo la unidad es inmortal, porque la composici�n presupone la separaci�n. La primera cosa que se debe contemplar en esto, son los principios hipost�ticos: son sustancias activas sacadas de los elementos de conveniente temperamento, a fin de componer las cosas elementales. A estos tres principios les llamamos la Sal, el Azufre y el Mercurio. Donde est�n bien proporcionados, forman una sustancia duradera; donde no lo est�n bien proporcionados, la cosa es impura y perecedera. La pureza consiste en la armon�a y proporci�n de los tres, la impureza en la desigualdad.

DE LA SAL

La Sal es la sustancia de las cosas y un principio fijo comparable al elemento de la tierra. Alimenta al Azufre y al Mercurio que obran sobre �l hasta que lo hayan hecho vol�til como ellos, elevando su perfecci�n. La Sal los retiene en recompensa y los coagula, comunic�ndoles su naturaleza fija; y como se fija y seca, junta lo que es l�quido; disuelta en un licor adecuado, ayuda a disolver los cuerpos s�lidos, as� como su naturaleza fija los consolida por otra parte. Su vigor naciente le da fuerzas cuando est� disuelta por medio del Mercurio y del Azufre. No es activa hasta que no es convertida en tal por el ministerio de los otros dos principio; entonces su poder se reduce a reacci�n. Porque a fuerza de ser grande la armon�a entre los tres principios, uno de ellos no sabr�a obrar sin otro. La Sal y el Azufre preservan los cuerpos de la putrefacci�n, rechazando las humedades superfluas capaces de causar esa podredumbre. Ning�n cuerpo s�lido est� desprovisto de Sal, que se dice el principio fijo seco y firme; es imposible que sin este principio pueda formarse un cuerpo.
Cuando se quema madera, la humedad groseramente mercurial y superflua se evapora, la materia groseramente sulfurada y butuminosa se consume por el fuego y se evapora igualmente, tendiendo a la perfecci�n por su elevaci�n; pero la Sal permanece en las cenizas con el h�medo radical fijo, que no puede consumirse ni ser destruido.

DEL AZUFRE

El Azufre es un principio graso y aceitoso que une a los otros dos principios enteramente diferentes por el exceso de su sequedad y humedad, de suerte que les sirve de medio y de ligamento para unirlos y hacerlos permanecer juntos; porque participa de una y otra sustancia teniendo parte de la solidez de la Sal y parte de la volatilidad del Mercurio; es susceptible del fuego obrando por desecaci�n, y consume lo superfluo; en virtud de esa operaci�n coagula el Mercurio, pero no lo hace solo, porque la Sal que tiene �ntimamente incorporada le asiste poderosamente.
El Azufre produce los olores, pero si la sustancia entera de la Sal fija, sacada del interior del Azufre, se halla igualmente difusa por todas las partes del cuerpo, habr� coagulado a su Mercurio de tal modo que aquel cuerpo no dar� ning�n olor, como lo vemos en el oro y en la plata.

DEL MERCURIO

El Mercurio es un licor espiritual, a�reo, raro, engrosado con un poco de Azufre; es el instrumento m�s cercano del calor natural; da vida y vigor a las criaturas sublunares, fortificando a las que son d�biles; es de la naturaleza del aire y as� se muestra por su evaporaci�n, en cuanto siente el menor calor, aunque sea comparable al agua por su fluidez, y no se contiene en sus propio t�rminos, sino en t�rminos extra�os, es decir, en la humedad; domina en los cuerpos imperfectos y corruptibles, porque posee demasiado poca sal y azufre; pero en donde est� reducido a una misma naturaleza bien proporcionada con los otros dos principios, compone un cuerpo incorruptible, como lo vemos en el oro, del que, a causa de esa admirable proporci�n, se puede sacar una medicina muy excelente y saludable.

DE LA GENERACI�N

Despu�s de la contemplaci�n de los tres principios de la naturaleza, hay que decir dos palabras de la simiente. Es un extracto sacado, exaltado y separado de un cuerpo por medio de un licor conveniente, madurado en los vasos propios para la propagaci�n de su especie. El b�lsamo natural, que es una esencia espiritual de los tres principios, un esp�ritu celeste, cristalino e invisible, habitante de un cuerpo visible, anima a la simiente. Esta simiente, como tal, no es un cuerpo sensible, sino m�s bien su recept�culo; se produce mediante el calor, y esto no por el arte sino por la naturaleza; no podr�a durar si es procreada por elementos corruptibles; es lo que deber�an tener en cuenta los que buscan una Medicina incorruptible en cuerpos corruptibles e imperfectos de los animales, vegetales y minerales. Ninguna simiente puede crecer ni multiplicarse si se la priva de su virtud activa por un calor extra�o: el pollo asado ya no engendra. Cada simiente no se mezcla nunca fuera de su reino; los metales no soportan ninguna mezcla de los vegetales; ni los vegetales de los animales, en su procreaci�n.
Las simientes de todas clases est�n espiritualmente instruidas por el Creador para terminar mec�nicamente el curso de su procreaci�n en el tiempo determinado, mediante su tintura y su poder, que se manifiesta cuando se quitan los obst�culos; porque hay que apartarlos si debe hacerse una generaci�n leg�tima, y no existe ninguna materia que no posea sus virtudes particulares y designadas para cooperar (si es pura) con la simiente y marchar de acuerdo con ella hacia el fin destinado por el soberano Creador, siendo imposible que esa virtud interior y exterior permanezca infructuosa si est� bien dispuesta. La simiente se viste con un cuerpo elementario adecuado a ella, atrayendo por su virtud magn�tica el aliento que necesita. Todo esto que acaba de decirse obra sobre los alimentos pasivos, que son la tierra, maciza y grosera, y el agua de iguales cualidades, cuya concentraci�n con los principios activos en una misma materia inseparable, es la obra maestra de los fil�sofos, o m�s bien de la gracia y omnipotencia del Eterno, nuestro Dios.
De los tres principios de la naturaleza as� bosquejados, hay que considerar en la naturaleza de las cosas elementarias tres accidentes, que son: la generaci�n de cada cuerpo es particular, se hace de su propia simiente, y esto en su propia matriz; porque si la simiente no es correcta, o la matriz pura y natural, no se puede hacer ninguna generaci�n. La simiente animal requiere una matriz animal; la simiente vegetal precisa una matriz vegetal, y la simiente mineral ha menester una matriz mineral, todo lo cual debe tenerse bien en cuenta para evitar los errores vulgares, y es precisamente una matriz buena y conveniente la que responde en un todo a la simiente de su reino. �Y c�mo habr�a de fracasar para producir su semejante una simiente natural y leg�tima, debidamente purificada de sus accidentes extra�os y nocivos, colocada, ya sea por la naturaleza sin artificio, o bien por el artificio de acuerdo con la naturaleza, en su verdadera matriz?
Diariamente vemos a los jardineros y labradores que operan injertando y sembrando en buena tierra, producir lo que aquellos que err�neamente se llaman a s� mismos grandes fil�sofos, ignoran c�mo hacer en el reino mineral. Mas tambi�n es imposible, sin la naturaleza, aumentar y hacer crecer por todos los artificios alguna generaci�n, que este artificio se conforme totalmente a la naturaleza, que contiene el orden que el Creador eterno ha prescrito a las criaturas desde el comienzo; ninguna de ellas, ni los mismos �ngeles bienaventurados, tienen el poder de cambiar nada en dicho orden.
Por tanto, que quienes ignoran tal orden lo aprendan antes de aventurarse a tentar nada contra el mencionado orden, y si no lo pueden comprender o aprender, har�n bien dejando a la naturaleza que obre la generaci�n sin ellos, ya que igualmente se efectuar� sin ellos, y opini�n suya aparte. Tengo l�stima de esos miserables que quieren copiar un original que les es desconocido y trabajar en una operaci�n de la que no sabr�an ni hablar siquiera.
Como conclusi�n, dir� que aquellos que deseen trabajar imitando a la naturaleza, deben conocer primeramente las simientes y despu�s tambi�n las matrices, y entonces, si escogen la verdadera simiente, tal como la naturaleza la ha formado, y si ponen dicha simiente bien purgada y bien acondicionada en esa matriz, encargando la cocci�n a la naturaleza del fuego inherente en ellos, entonces, digo, podr�n alcanzar un �xito favorable. En esa materia no basta conocer la simiente particular de cada cuerpo de los tres reinos de la naturaleza que corrientemente lo tiene inherente en s� mismo; menester adem�s conocer la simiente del Esp�ritu universal que �l infunde admirablemente a los animales, los vegetales y los minerales, sin el que nada subsiste ni se engendra; porque ese Esp�ritu, ese quinto elemento, ese instrumento del Eterno, es absolutamente imprescindible en la procreaci�n de las cosas. As� como contiene la tintura universal de las simientes, tiene tambi�n el poder de obrar sobre lo universal, y debe razonablemente servir de base a la Medicina universal, la que nunca nadie sac�, ni sacar�, de un cuerpo particular de los animales, de los vegetales, ni de los minerales.
Nada puede nacer de ninguna simiente, si no se pudre mediante un calor natural y suave cuando su sal, previamente disuelta en un licor conveniente, penetra por ese camino la sustancia de la simiente hasta que el esp�ritu inclinado se forme con su materia un habit�culo apropiado a la multiplicaci�n de su especie. Los animales se multiplican por los animales, los vegetales por los vegetales y los minerales por los minerales; es menester que esto se haga por orden en cada especie, como se ve que el Eterno lo ha ordenado (G�nesis, 25); no se efect�a putrefacci�n sin soluci�n, ni soluci�n sin licor; pero este licor debe ser proporcionado a cada especie, ante todo, de acuerdo con su esencia o su calidad, despu�s, seg�n su cantidad...
El segundo art�culo necesario a esta generaci�n es el fuego, que debe ser lento y suave, para que el licor que contiene la sal natural de la materia no se separe de ella al evaporarse, lo que causar�a la muerte en lugar de la vida. La matriz que contenga la simiente debe estar bien cerrada para concentrar la virtud del esp�ritu actuante y la materia no debe ser sacada para nada de su matriz, donde trabaja en su putrefacci�n; porque si sac�is el grano de trigo disuelto durante su putrefacci�n en la tierra, perecer�. La virtud de las simientes var�a seg�n la de las matrices. Las simientes deben ser iguales, tanto el macho como la hebra, sin mezcla, por temor a que la confusi�n de las especies engendre monstruos. La generaci�n es seguida de la regeneraci�n; es natural o artificial. La natural se efect�a con la �nica intervenci�n de la naturaleza cuando las simientes en madurez caen a tierra y renacen multiplic�ndose; la artificial es cuando el obrero opera por medio de la naturaleza e imit�ndola, y preparando las matrices, como hace el labrador escardando, abonando, regando y preparando la tierra. As� el Fil�sofo debe tratar su tierra filos�fica, cuyos poros son cerrados y compactos; debe humedecerlos, penetrarlos, ablandarlos, hacerles sutiles; nutrirla y hacerla madurar mediante dicha nutrici�n, haci�ndola m�s que simplemente perfecta capaz por medio de esta regeneraci�n, de multiplicarse a una segunda vida. Ese es el F�nix que renace de sus cenizas; �sa es la Salamandra que subsiste en el fuego; �se es Camale�n universal que tiene el poder de revestirse de todos los colores y propiedades que le opongan.
Considerad la relaci�n admirable que tienen las cosas eternas y las temporales, las espirituales y corporales las inmateriales, y ved seg�n las luces que Dios nos ha dado si no hallar�is la imagen, aunque imperfecta, de las cosas superiores en las inferiores. El hombre corrompido por el pecado y sujeto a perdici�n, deb�a, mediante la regeneraci�n, remontarse a la gloria de la vida y claridad divinas, de las que se halla secuestrado; por eso, para conseguirlo, ha sido necesario que la palabra inmaterial de Dios descendiese (por decirlo as�) del Cielo y se hiciese carne a fin de que ella tomase satisfacci�n de esta carne perfecta y sagrada para los hombres imperfectos y condenados, los cuales siempre que por la fe se incorporen espiritualmente la perfecci�n y el m�rito de esa palabra encarnada, participan de su Eternidad y de su gloria, mientras que los que no participan permanecen en la perdici�n.
Ved, digo c�mo �sta maravilla inefable e incomprensible de la sabia Providencia de Dios nos es esbozada y descrita en la criatura subalterna. Para dar (por ejemplo) a los cuerpos imperfectos y corruptibles la perfecci�n y la constancia de que carecen, �no es menester que el Esp�ritu universal y celeste tome su forma y les haga renacer para subsistir, por medio de la regeneraci�n en la segunda vida, como vemos diariamente en los reinos de los animales y de los vegetales? �Y la c�bala de la filosof�a no hace ver a los enterados que este Esp�ritu universal, incorporado, por una manipulaci�n tan admirable como oculta, a la tierra filos�fica, la lleva por los grados que le dicta el curso prescrito de la naturaleza a esa perfecci�n que, hecha suya en seguida por los cuerpos defectuosos y perecederos, les hace renacer a una nueva vida, en la que se hallan fuera de la jurisdicci�n de los elementos transitorios? Esta reflexi�n ha descrito la encarnaci�n del Hijo eterno de Dios antes de que fuese manisfestado en la carne, a los Fil�sofos paganos y oblig� a los Magos de Oriente, cuando su aparici�n, a distinguir y reconocer su estrella y a ir a adorarle a Bethleem.
Esta madura reflexi�n debe llevarnos tambi�n a reconocer la misteriosa armon�a de la palabra revelada inmensamente y, en una palabra, de las obras espirituales y materiales del Eterno, nuestro Dios, del que incesantemente debemos alabar la Majestad muy elevada que se ha manifestado a nosotros, pobres criaturas indignas, de un modo soberanamente excelente, a fin de prepararnos para magnificarlo alg�n d�a en su reino espiritual, como ahora lo magnificamos imperfectamente en su reino material.

DE LA CONSERVACI�N

Ahora viene la conservaci�n de las criaturas elementadas, que se hace por las mismas cosas que la generaci�n. Pero como esta conservaci�n se efect�a mediante la absorci�n de las materias exteriores, hay siempre alguna materia de la cual se apropia y se la incorpora como conveniente a su naturaleza, y alguna materia que rechaza como inadecuada a su naturaleza. El alimento que efect�a esta conservaci�n, es espiritual o corporal; el �ltimo es visible y palpable, el primero invisible e impalpable, pero de dos clases diferentes, una de ellas, inherente a la materia nutritiva, es menos depurada; la segunda es bastante m�s pura puesto que el Esp�ritu universal, presente en todas las cosas, que es como el gobernador de este esp�ritu particular y el lazo que une el material visible con el material invisible, es decir, el cuerpo junto con el Esp�ritu.
Cuanto m�s puros son los elementos y alimentos que nutren alg�n cuerpo, y desprovistos de impurezas, tanto m�s perfecta es la nutrici�n. Lo m�s capaz de perfeccionar este alimento es la simplicidad de su composici�n cuando no est� hecha de muchas especies diferentes. Cuando este alimento es excelente, puede causar una renovaci�n total en el cuerpo que se apropie de �l. La serpiente se renueva o rejuvenece cambiando de piel; el hombre hace otro tanto cuando por la absorci�n de una Medicina excelente y universal, su cabello blanco se cambia en negro y su piel arrugada en una tez fresca. Lo mismo reverdecen las plantas con la aplicaci�n de la Medicina universal, y el oro se rejuvenece cuando se transforma en licor de Mercurio por el beneficio del fuego. Podr�a decir muchas cosas acerca de esta conservaci�n, si no temiese hacer un libro en lugar de una carta.

DE LA DESTRUCCI�N

Falta hablar de la destrucci�n de las cosas elementadas, que corrientemente e efect�a por su contrario, cuando una de las cualidades se sobrepone a la otra. Se lleva a cabo, o por medio de la disoluci�n, o por la coagulaci�n; si esta disoluci�n es grosera, la destrucci�n se hace por medio de heridas, ca�da, fracci�n o desecaci�n; la disoluci�n delicada se produce por corrosi�n y por inflamaci�n. Sin embargo, existe una disoluci�n suave que se efect�a por el camino de la naturaleza y transplanta el cuerpo a una naturaleza m�s constante y perfecta. La coagulaci�n, en cambio, causa una destrucci�n cuando el l�quido se coagula en forma que esto provoca la destrucci�n como consecuencia, en tanto que los esp�ritus y los vapores se desecan o se encierran por obstrucciones.

DE LOS ASTROS

Terminada esta consideraci�n, se dirigen los ojos, con justicia, hacia las operaciones superiores de las Estrellas destinadas a infundir en los tres reinos sus propiedades distintas para la propagaci�n de sus diversas simientes. La luz inherente a esos cuerpos no puede reposar, sino que continuamente trabaja para elevar la luz inherente a los cuerpos particulares, as� como �sta trabaja en atraer la superior. Esta influencia es un esp�ritu dotado del poder de comunicarse por medio de los rayos de los cuerpos sublunares. Cuando dichas influencias son sencillas, es decir, de una sola Estrella, no obran sino sencillamente. Pero la influencia combinada de los rayos de diferentes Estrellas que unen sus rayos, obran diversamente en los cuerpos inferiores, ya para apresurar, ya para impedir las acciones. Las Estrellas fijas son aquellas cuyo movimiento es menos perceptible por raz�n de su tardanza, que representa intervalos y las figuras siempre resultan las mismas.
Para abreviar, os remito a quienes de tratarlo m�s ampliamente hacen profesi�n, deseando decir s�lo dos palabras de los Planetas, que son Estrellas cuyo movimiento es visible, su efecto notable, tanto para perjudicar como para beneficiar; su aspecto es muy poderoso, ya sea recto o colateral, ya que obre por conjunci�n o por oposici�n. Los principales son el Sol y la Luna, de los que el primero puede llamarse fuente abundante de luz y de calor. El alma del mundo, o Esp�ritu universal, posee poderosamente a este astro, que se lanza por sus rayos para dar vida y movimiento al universo. Las virtudes de todas las cosas son inherentes al Sol, y su movimiento regula el de las estaciones y de los cuerpos que est�n bajo la clave de las estaciones. Y como Dios ha querido que las cosas superiores tuviesen su imagen en las inferiores, resulta que se ve una del Sol en el oro, que posee las dilatadas virtudes del Sol, encerradas en su cuerpo, las cuales, reducidas de potencia a acto, tienen poder suficiente para devolver con amplitud a los cuerpos imperfectos o enfermos la virtud solar y vivificadora que les falta. El Sol, por su virtud magn�tica, atrae a los esp�ritus m�s puros y los perfecciona para enviarlos de nuevo por sus rayos, para restaurar y hacer aumentar los cuerpos de las criaturas particulares.
La Luna saca su luz y sus influencias del Sol, y los env�a de noche a la tierra: asimismo marca con su movimiento acortado los meses. Esta Eva sacada de la costilla de Ad�n (o Sol) desempe�a, en la operaci�n antes mencionada, el oficio de la hembra, y preside en la materia h�meda, femenina y pasiva, tal como lo hace el Sol en la materia seca y activa.
Los planetas menores son, ante todo, los Heterodromos, que cumplen su carrera con un movimiento diverso y desigual, son: J�piter, Saturno y Marte. El primero termina su recorrido en doce a�os, el segundo en treinta y el tercero en dos a�os.
Los Homodromos, que hacen su camino con una velocidad casi igual, son Venus y Mercurio. El primero termina su circulo en un a�o y el segundo lo mismo. Hablando de los metales, quiz� diga unas palabras respecto a su afinidad y armon�a con los Planetas. Sin embargo, dejando aparte a los Meteoros, me contento con deciros en general que se engendran el aire como los minerales en la tierra, de los vapores, y se reducen por la virtud de las Estrellas y de ciertas formas; son de cuatro clases, seg�n los Elementos: los Cometas y Estrellas fugaces, que son rayos de la naturaleza del fuego; el viento de la del aire; la lluvia y el granizo del agua; las piedras, de los rayos y de la tierra.

DE LOS TRES REINOS DE LA NATURALEZA Y
EN PRIMER LUGAR, DEL REINO MINERAL

Terminada esta contemplaci�n (en lo que dejo el campo libre a vuestras meditaciones), quedan por considerar las cosas elementales inferiores que componen los tres reinos de la Naturaleza, a saber: el animal, el vegetal y el mineral.
Comencemos por el �ltimo, y observemos que cada metal oculta espiritualmente en s� a todos los dem�s porque proceden de una misma ra�z, a saber: del azufre, de la sal y del Mercurio. El Mercurio es un licor craso, que, si est� bien preparado, no puede ser consumido por el fuego; est� engendrado en las entra�as de la tierra, y es espiritual, blanco en su apariencia, h�medo y fr�o, pero en efecto y en poder, c�lido, rojo y seco. El Mercurio recibe en s� de buen grado las cosas que son de su naturaleza y se las incorpora. Esta agua met�lica traga �vidamente a los metales perfectos para servirse de su perfecci�n para su propia exaltaci�n; la naturaleza, como a todas las criaturas, le ha impreso el instinto de tender por la v�a legitima al mejoramiento y multiplicaci�n de su especie. El azufre que engorda al Mercurio, es el fuego que le es inherente y natural, y que, mediante el movimiento exterior de la naturaleza, lo termina de digerir y madurar. No constituye un cuerpo separado, sino una facultad separada del Mercurio, y le es inherente e incorporado. La sal es una consistencia seca y espiritual, e igualmente inherente al Mercurio y al azufre, dando a este �ltimo el poder de digerir el primer metal.
Ahora bien, como en el curso de la naturaleza ordinaria y antes de la coagulaci�n del metal, la sal es muy d�bil, Dios ha inspirado a los fil�sofos la idea de agregar al Mercurio una sal pura, fija i perfecta, para operar en poco tiempo lo que la naturaleza no hace sino con un trabajo de varios a�os. La generaci�n de los metales se efect�a as�: el Esp�ritu universal se mezcla al agua y a la tierra, y de ello extrae un esp�ritu graso que �l destila en el centro de la tierra, para realzarlo de all� y colocarlo en su matriz conveniente, en la que se digiere en Mercurio, acompa�ado de su sal o de su azufre, de la que a continuaci�n se forma el metal, lo cual sucede cuando la tintura encerrada en el Mercurio se deja ver y nace, porque entonces el Mercurio se encuentra congelado y convertido en metal. Con frecuencia el Mercurio se carga en esta matriz con un azufre impuro que le impide perfeccionarse en oro puro o plata, a lo que contribuye la influencia de los Planetas menores y la constituci�n de la matriz, y le hacen que se convierta en plomo, hiero o cobre, que no sufren el examen del fuego. Esta decocci�n requiere un calor extremo continuo y atemperado, el que secundado por el esp�ritu met�lico interno, y cuando subsisten en un lugar que les es adecuado. La destrucci�n de los metales se produce por medio de las cosas que no tienen con ellos ninguna armon�a, como son las aguas y materias corrosivas, en lo cual los curiosos deben fijarse bien.
El oro es un metal perfecto, cuyos elementos se encuentra tan generalmente equilibrados que no predominan el uno sobre el otro; por eso los antiguos Fil�sofos buscaron en este cuerpo perfecto una Medicina perfecta y que no se halla en ning�n otro cuerpo sujeto a ser destruido por cualquier desigualdad, porque una cosa sujeta a la propia destrucci�n no podr�a dar a otras una salud o un mejoramiento consiguientes. El asunto est� en hacer al oro viviente, espiritual y aplicable a la naturaleza humana, cualidades que no posee en su naturaleza sencilla y compacta; para alcanzar dicha perfecci�n, debe ser reducido en su hembra a su primera naturaleza, y rehacer por retrogradaci�n, camino de la regeneraci�n, del que antes habl�. El oro muerto, por s� mismo, no sirve para nada y es est�ril; pero convertido en viviente, puede germinar y multiplicarse. El esp�ritu met�lico vivificante est� oculto mientras reside en un cuerpo compacto y terrestre; pero reducido de su poder a acci�n, es capaz de efectuar no s�lo la propagaci�n de su especie, sino tambi�n que a causa de sus elementos igualmente proporcionados, restablecer� la salud y el vigor en el cuerpo de los animales. As� como el Sol celeste comunica su claridad a los planetas, as� se pueden comunicar su perfecci�n y su virtud a los metales imperfectos. Por esa raz�n, los antiguos Cabalistas designaron los planetas y los metales con los mismos caracteres, y no sin gran raz�n el oro y el sol han sido figurados por un c�rculo entero y su centro, a causa de que el uno y el otro contienen en s� las virtudes de todo el Universo: el centro significa la tierra y el c�rculo el cielo. El que sabe reducir a su circunferencia las virtudes centrales del oro, adquiere las virtudes de todo el Universo en una sola Medicina. El oro parece y es vol�til; esta naturaleza espiritual y vol�til propiamente contiene su virtud medicinal y penetrante, porque sin disoluci�n no hace nada.
El oro tiene una afinidad muy grande con el Mercurio, y basta juntarlos despu�s de haberlos hecho puros y sin mancha, para unirlos �ntimamente, por ser ambos incorruptibles y perfectos; uno de esos cuerpos es el inferior y el otro el superior, seg�n dice Hermes; pero fijaos en que el oro, en su forma compacta, maciza y corporal, es in�til para toda Medicina o transplantaci�n. Por ese motivo hay que usarlo en su forma vol�til y espiritual. La redondez designa la perfecci�n del oro, que lanza sus rayos diametralmente medidos del centro a la circunferencia, y las cuatro cualidades equilibradas por igual en el oro se indican con las cuatro l�neas iguales colocadas en rect�ngulo, que forma el cuadrado equilateral; la C�bala secreta encuentra en la materia de este metal la forma probable y perceptible de la cuadratura del c�rculo. Mas como pocas personas son capaces de comprender los misterios ocultos, no conviene explayarlos a la vista de los indignos.
La plata, si bien es m�s perfecta que los dem�s metales, lo es menos que el oro, se relaciona con la luna celeste y posee su virtud, as� como el car�cter. Es muy �til en su especie a los Fil�sofos expertos. De igual manera que el oro tiene la naturaleza del Sol en el Macrocosmos y del coraz�n del Microcosmos, as� la plata tiene la naturaleza de la Luna en el Macrocosmos y del cerebro en el Microcosmos, para el que constituye una medicina singular, si se la hace espiritual e impalpable.
Los Metales menores son: dos blandos, el plomo y el esta�o, y dos duros, el hierro y el cobre; est�n compuestos por un azufre impuro y un mercurio no maduro. Cada uno est� dotado de un esp�ritu limitado en cierto grado, no domina en las curas Filos�ficas m�s que sobre las enfermedades en las que preside un esp�ritu subalterno el que es inherente a uno de esos metales.
Las piedras preciosas son diferentes por raz�n de su digesti�n, y son di�fanas a causa de que han sido congeladas del agua pura con el Esp�ritu del Universo, dotadas de cierta tinturas, no del todo diferentes a las de los metales, lo cual les da el color y la virtud. as piedras comunes y no transparentes han sido congeladas de tierra grasa e impura, mezclada con una humedad tenaz y glutinosa, lo que una vez deseada compone la piedra dura, blando o arenosa, m�s o menos seg�n la cantidad o calidad de la mencionada humedad.
Los minerales son las materias que no son ni piedra ni metal. El vitriolo, el mercurio com�n y el antimonio, participan en mayor grado de la materia met�lica. El �ltimo es la matriz y la vena de oro y el seminario de su tintura; ambos contienen una Medicina excelente. La sal com�n, el amon�aco, la sal gema, el salitre y el alumbre les siguen y se engendran de las aguas saladas. En cambio, el azufre se congela de la sequedad pura terrestre. En cuanto a bet�n, se encuentra en varias clases; es un jugo de la tierra, tenaz y susceptible del fuego; lo hay duro y l�quido; el primero es el asfalto, el pisasfalto y el �mbar amarillo; el segundo es oleaginoso como la nafta y el �mbar ar�bigo. Los minerales de la tercera especie son el oropimente, la sandaraca, el yeso, la tiza, la tierra de Armenia y la tierra.

REINO DE LOS VEGETALES

Despu�s de la contemplaci�n del reino mineral bosquejada superficialmente, con el vegetal, por temor a que esta carta se convierta insensiblemente en un libro en las manos de un hombre que no los hizo ni los har� jam�s.
Los vegetales son cuerpos que tienen ra�z en la tierra y echan su tallo, hojas, frutos, y flores en el aire. Su simiente interna, ayudada por un calor exterior, y sobre todo animada por el Esp�ritu universal, mediante la influencia de los Astros, se deja ver en la propagaci�n de su especie. Observad por vosotros mismos en las partes de un vegetal, s�lidas y l�quidas, espirituales o corporales, su b�lsamo natural, que las agita con su humedad o el Mercurio que las humedece y sostiene. Su anatom�a os ense�ar� con su solidez su carne, en sus ligamentos como las arterias y las venas que sirven para los actos que en ellos ejecuta el esp�ritu universal. El total de sus miembros est� formado por la ra�z, el tallo, la corteza, la m�dula, la madera, las ramas, las hojas, las flores, los frutos, el musgo, el jugo y la goma; de ah� que vuestra meditaci�n os dictar� de acuerdo con lo que antes dije tanto con respecto al universo de las criaturas como a las criaturas en particular, lo que hay que observar concerniente a su generaci�n, conservaci�n y destrucci�n.
Est�n sujetas a las estaciones que retardan o aceleran seg�n sus propiedades, sus cualidades inherentes a cada planta por separado, para hacerla seguir su camino destinado desde la fundaci�n del mundo. No se hubiera terminado de hablar nunca de sus especies y virtudes diferentes, como tambi�n de su naturaleza y constelaci�n, o bien de distribuirlas y arreglarlas bajo los Astros que dominan a cada planeta en particular, y demostrar a los sentidos que las naturalezas se relacionan con diversas enfermedades y con la armon�a de los esp�ritus subalternos que gobiernan las perfecciones de las plantas y las imperfecciones de las enfermedades; pero ese camino a pesar de ser maravillosamente hermoso y agradable es demasiado largo y no hace m�s que dar vueltas alrededor del centro cabal�stico, al cual se llega por un sendero infinitamente m�s corto y c�modo, si se observa exactamente el comienzo el final de esta carta. Seg�n mi opini�n, teniendo la clave de la ciencia general, se penetra con facilidad en las propiedades de las criaturas particulares, pero es muy dif�cil trepar de lo particular a lo general, porque, claro est�, se desciende con m�s facilidad de la que se tiene para subir, y da siempre mucho m�s trabajo hablar al mismo Pr�ncipe que a sus criados.

EL REINO ANIMAL

El animal es un cuerpo m�vil y se nutre de los vegetales y los minerales, porque estos dos �ltimos participan los unos de los otros. Como enumerar al detalle las partes y las especies ser�a un trabajo amplio y grande, s�lo tocar� al pasar. Los animales est�n compuestos del cuerpo y del alma; el primero es, en realidad, el habit�culo del segundo. Los cuerpos son todos penetrables para las almas animales, y tienen partes m�s o menos condensadas y relativas a los elementos de Macrocosmos. Los huesos, que es lo m�s seco que tienen, son semejantes y cercanos a la tierra. Los cart�lagos son partes menos duras que los huesos y flexibles, como tambi�n los ligamentos, membranas, nervios, arterias y venas; para lo cual me remito a los anatomistas, como para las otras partes en las que hablaremos que se relacionan con los elementos: las secas con la tierra, las h�medas con el agua y las espirituales con el agua o el fuego. Los esp�ritus animales son vapores sutiles: los hay superiores e inferiores; �stos son, o acu�ticos o terrestres, y presiden en las partes del cuerpo que m�s les convienen, a semejanza de los esp�ritus del Macrocosmos, que contribuyen sus funciones a los elementos de los que sacan su origen. El esp�ritu del fuego o celeste, reside en el coraz�n y anima a los dem�s por su actividad; act�a exactamente en el Microcosmos como lo hace en el Macrocosmos, con la diferencia de que en el uno es particular y en el otro vegetal, donde tiene lazos con los esp�ritus subalternos del gran mundo, porque cada animal puede calificarse como tal, aunque mucho m�s imperfectamente que el hombre, el �nico hecho a semejanza de Dios. Con trabajo me privar� de hablar m�s de lo que deseaba hacerlo del alma sensitiva y de su diversidad con la razonable.
El alma sensitiva es una sustancia espiritual, y como tal reside en el cerebro, y domina a los esp�ritus animales por ser instruida y capacitada por el Creador para el sentimiento, el apetito y la emoci�n. Para llamarla por su nombre, es una chispa del esp�ritu universal, salvada por el Soberano de la esencia del cielo sid�reo e impresa en la simiente animal para regirla en la clase en que est� colocada; los rayos de dicha alma no alumbran m�s all� de los l�mites de sus esp�ritus animales, porque hasta el mismo hombre animal no comprende las cosas que son del esp�ritu de Dios; porque como dicha alma animal no es m�s que de la clase sid�rea, no sabr�a elevar su vuelo por encima de su patria. Todo lo contrario, es menester que todas las facultades animales y terminadas est�n como adormecidas y regeneradas cuando el alma razonable se eleve a Dios y se prosterne ante el Trono de su Majestad para obtener de �l las luces espirituales. De suerte que los rayos de esta alma sensitiva o animal sufren, para residir en los esp�ritus animales y elementarios, una mezcla muy grande de las tinieblas adheridas a la materia crasa e impura, lo cual la hace menos sutil y penetrante, impidi�ndole que conozcas las cosas m�s que por la superficie. El reflejo de esos rayos inflama la imaginaci�n y conmueve al apetito que hace de voluntad en el alma y causa la emoci�n de las partes corporales que dependen de ella, de acuerdo con los �rganos y su perfecci�n o defecto, por lo que unas act�an m�s o menos perfectamente que las otras.
El hombre es la m�s perfecta de las criaturas, su cuerpo est� m�s excelente y delicadamente organizado que el de los otros animales, siendo esto requerido por sus funciones dominantes. La materia de ese cuerpo no es diferente en nada a la de los otros animales, pero s� la forma, para cuyas partes me remito a los que sobre ello han compuesto vol�menes, por temor de hacer un de repeticiones.
Su alma razonable es de naturaleza sid�rea, dotada por el Creador de la facultad de comprender lo que sucede bajo el cielo Emp�reo y lo que el Macrocosmos contiene. Cuando el Creador form� al hombre (G�nesis 2 v. 7) de tierra, no se dice que hiciera su alma de ninguna materia, sino que se la infundi�, soplando en sus narices un soplo de vida, por lo cual el hombre fue hecho de alma viva e inmortal; si ella es pura, digo, es capaz de conocer lo que es el Macrocosmos y juzgarlo. Puede ejercer sus operaciones intelectuales concentrada en s� misma y sin la ayuda de los sentidos exteriores o materiales, lo que no ser�a capaz de hacer el alma animal, porque atados sus sentidos, todas sus funciones est�n detenidas. El alma razonable es un espejo que representa las cosas muy alejadas, lo cual no sabr�an hace los sentidos materiales, ella penetra por un razonamiento s�lido, hasta en las cosas invisibles e impalpables. Mientras ocupa sus facultades en las cosas materiales, le cuesta trabajo elevar su mirada a las cosas sublimes, pero si halla asistido de la gracia divina para desembarazarse de ellas, entonces puede emplear todas sus fuerzas y actuar vigorosamente. Porque as� como los astros superiores e inferiores, quiero decir, los generales y los particulares, extraen su luz y su vida de la luz concentrada del Sol. As� las almas razonables no pueden nada por s� solas si no est�n iluminadas por los rayos de la gracia del Sol de Justicia, nuestro Se�or Jesucristo, por medio de su Esp�ritu Santo.
La Providencia admirable del Padre de la luz ha querido que hacia el fin del tercer d�a y como al comienzo de las cuarto de la creaci�n, la luz, antes difusa, tomase forma en el sol que alumbra el mundo temporal, y que hacia el fin de los tres mil a�os despu�s de la creaci�n, la Majestad divina tomase carne para iluminar y regir al mundo eterno. Y como nuestras almas son eternas, constituyen (hablo de los Elegidos) desde esta vida, habit�culos y templos del Esp�ritu Santo, que las conduce y perfecciona, as� como el esp�ritu del Universo hace con los esp�ritus materiales.
�Oh! Cu�n dichosos ser�amos si el maldito pecado no oscureciese la claridad de nuestras almas, que despu�s de ese desdichado accidente no conocen m�s que en parte y por cierto muy imperfectamente. Todo, digo absolutamente todo, lo que nos queda de la excelente luz que el alma ve en su creaci�n, nos es dado por obra de la pura misericordia Dios y seg�n su agrado, sin lo que nuestra alma embrutecida estar�a como confundida con la animal y bajo su dominio para vivir y morir con ella; porque ella lo precipita a la muerte, de igual modo que del otro lado el alma regenerada por el esp�ritu de Dios vivifica y eleva el alma animal a la vida eterna. Los que desearen perfeccionar su alma, deben dirigirse con firme fe a Dios, y despojarse del residuo del pecado con un serio arrepentimiento para obtener el Esp�ritu Santo, que es el galard�n seguro de su salvaci�n y los conduce de gracia en gracia y de luz en luz, hasta que habiendo depositado, de acuerdo con el orden presente la crasitud perecedera que vela a alma, puedan revestirse en la segunda vida del mismo cuerpo, pero purificado y hecho espiritual, a fin de presentarse ante el Trono del Eterno y magnificarle y glorificarle en toda eternidad. Su paternal misericordia nos conduce a ello por el amor de su Hijo amado, Jesucristo, para el cual, son el Padre y el Esp�ritu Santo, sean el honor y la gloria para siempre jam�s.
La generaci�n en el reino animal es asaz visible, y como hallar�is de ella descripciones sencillas, me dispenso hacerlas. La conservaci�n de los animales se hace por medio de los elementos, de los alimentos y de los medicamentos, cuya cantidad y calidad les causa m�s o menos bien y mal. Su destrucci�n se hace cuando uno de los principios predomina sobre el otro; esta desigualdad causa su equilibrio. Donde abunda la humedad, vienen las enfermedades que de ella participan, como catarros o hidropes�as; si el fuego, fiebres ardientes; lo que debe guiar en la busca de las curas al esp�ritu de los curiosos hacia el remedio capaz de restablecer y conservar ese equilibrio de los principios que causa la salud.
Falta mencionar la armon�a de las cosas, que es una materia tan amplia como hermosa y �til. Todo lo que acabo de deciros m�s arriba habla precisamente de ello, y aunque no dijera m�s sobre el tema, creer�a haberlo satisfecho con amplitud. De todos modos, para contestar vuestra curiosidad, os dir�, en forma de ep�logo, que debe haber gran relaci�n de una persona a otra puesto que la materia no difiere sino tan s�lo la forma. Aun los mismos elementos sacados de un caos com�n no difieren entre ellos sino en raz�n de su disposici�n. Todas las cosas han emanado de la unidad y a ella vuelven. Esta contemplaci�n es como la clave de los mayores secretos de la Naturaleza, en la que vemos que todo est� ordenado en el tiempo, en la medida y en el peso. Observando la generaci�n, la conservaci�n y la destrucci�n de los tres reinos de la Naturaleza, ver�is que concuerdan por entero entre s� en cuanto a este punto; nacen de los tres principios de la Naturaleza, donde el activo hace de macho y el pasivo de hembra, por el calor interior de la simiente y por el exterior de la decocci�n; no importa que el origen sea diferente en forma, como tambi�n las criaturas lo son entre s�. Ellos subsisten y son conservados por la atracci�n del b�lsamo semejante al que les es inherente, que les sirve de alimento, por el calor exterior, y que fortifica al interior, conservando en equilibrio los humores. Son destruidos por la atracci�n de la intemperancia residente en los alimentos y elementos que el Eterno ha maldecido (G�nesis, 3, 27), a causa del pecado del hombre, por la disminuci�n de los �rganos y el desequilibrio hereditario de la sangre. Le es preciso a cada cuerpo de los tres reinos la simiente, la matriz, su movimiento, su calor doble y proporcionado, de suerte que no difieren entre s� m�s que por la situaci�n que el Creador les ha dado con su forma y la intenci�n de multiplicarse cada uno en su especie (G�nesis, 1, 22).
No basta conocer la armon�a de las cosas terrestres esenciales sino que hay que observar su concierto con las superiores. El Sol elementario tiene una semejanza muy grande con el central; se env�an uno a otro sus rayos y atracciones por una reverberaci�n continua y rec�proca, para facilitar con ese movimiento la propagaci�n de las criaturas. La Luna y las Estrellas tienen igualmente un continuo comercio con las potencias astrales inherentes a los cuerpos sublunares, donde residen esp�ritus, relacion�ndose en virtud e inclinaci�n los unos con los otros. Considerad en segunda la armon�a de los esp�ritus y de los cuerpos con sus operaciones paralelas, como r�pidamente lo he apuntado m�s arriba. Y sobre todo, admirad la relaci�n del mundo espiritual con el material, el uno lleva la imagen del otro, y lo que alg�n d�a aparecer� exaltado en el mundo superior, se ven en cierto modo bosquejado en el inferior. El Sol elementario preside la direcci�n del mundo eterno; el tiempo es un movimiento, su direcci�n del mundo eterno; el tiempo es un movimiento, su director creado es m�vil, y la Eternidad consistente en un reposo constante est� regida por el inmutable, que ha sido, que es y que ser� el mismo de siglo en siglo. Cuando �l aparezca inmediatamente en la persona glorificada de su Verbo eterno, en la carne, como aparece mediatamente en los instrumentos materiales, dispuestos para la direcci�n de la obra admirable de la Creaci�n, su inmensa luz eclipsar� a la que �l distingui� del caos para regular el movimiento de tiempo, el cual terminar� en el mismo instante en que el fuego de esta nueva claridad incomprensible destierre lo perecedero y lo oscuro, exaltando nuestros cuerpos a esa luminosa diafanidad de la que su bondad paternal ha hecho ver una muestra admirable (Mateo,17, v. 2, y Marcos, 9, v. 3), como tambi�n (2Reyes, 2, v. 11), donde la presencia del Eterno en el transporte de El�as ha obrado sobre �l casi de la misma manera. Entonces, como todas las cosas emanadas de la unidad incompresible del Eterno habr�n cumplido su camino en la armon�a del Macrocosmos inferior, volver�n a la uni�n purificadas de las tinieblas, las que tendr�n el lugar de tierra condenada en esa nueva creaci�n, y servir�n de habit�culo a los esp�ritus de los hombre malignos, excluidos de la luz y presencia del Eterno. As� los �ngeles y los hombres bienaventurados habitar�n en la gloria incomprensible para alabarle, bendecirle, y exaltarle para siempre. Que su Bondad y misericordia paternales quieran perdonar nuestras ofensas y colmarnos con los bienes de su casa por el amor de su Hijo �nico, Nuestro Se�or Jesucristo, el cual, con el Padre y el Esp�ritu Santo, tengan gloria y honor para siempre jam�s. Am�n.
He ah�, Se�or, el extracto de mi lectura de los Fil�sofos, sencillo y sin afectaci�n de adorno ni de ostentaci�n, del que os hago obsequio tan de coraz�n como soy, Se�or, vuestro, etc�tera.

FINAL